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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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la falta de virtud. No hay oficio bajo en el servicio del Altísimo;<br />

los menores trabajos son de un precio inestimable a sus ojos,<br />

cuando se los ennoblece por la fe, el amor y la abnegación. La<br />

Santísima Virgen ha superado en mucho a los mismos<br />

Serafines, porque ha realzado con las más santas<br />

disposiciones las ocupaciones más sencillas. Por otra parte, la<br />

Comunidad es un cuerpo que necesita de todo su organismo:<br />

necesita una cabeza y precisa también pies y manos; ¿con<br />

qué derecho querríamos ser cabeza más bien que pies, y ojos<br />

más bien que manos? Desde el momento que nosotros<br />

despreciamos un empleo como inferior a nuestros méritos, nos<br />

falta la humildad, y ¿no ha querido Dios ponernos<br />

precisamente en situación de adquirirla? Y si nosotros le<br />

servimos con esforzado ánimo en un oficio a propósito para<br />

huir el orgullo del espíritu y la delicadeza de los sentidos, ¿no<br />

es darle el testimonio más brillante de nuestro amor y de<br />

nuestra abnegación?<br />

No tenemos derecho de rehusar un empleo porque nos<br />

parezca superior a nuestros méritos. ¡Extraña humildad la que<br />

paralizaría la obediencia y nos haría olvidar nuestros<br />

compromisos! Es nuestro Superior quien debe ser juez de<br />

nuestras aptitudes y no nosotros; él asume la responsabilidad<br />

de elegimos, y nos deja únicamente la de obedecer.<br />

Sin duda, motivo para temer tendríamos si nosotros<br />

buscáramos los cargos y se nos confiaran a fuerza de<br />

nuestras instancias, mas desde el momento que es Dios quien<br />

nos los asigna, El nos prestará también su ayuda. Y, como<br />

hemos dicho en el capítulo anterior, es El hábil obrero que<br />

sabe ejecutar excelentes obras hasta con pobres<br />

instrumentos. Los talentos son preciosos cuando están unidos<br />

a la virtud; mas Dios quiere sobre todo que su instrumento sea<br />

flexible y dócil, es decir, humilde y obediente, fuera de que<br />

Dios no nos exige el acierto, sino que pide se obre lo mejor<br />

que se pueda, y con eso se da por satisfecho.<br />

En fin, nosotros no tenemos derecho a rechazar los<br />

empleos, alegando con sobrada facilidad el peligro que en<br />

ellos pudiera correr nuestra alma, y en ese sentido dice San<br />

Ligorio: «No creáis que ante Dios podéis rehusar un cargo a<br />

causa de las faltas de que teméis haceros culpables en él. Al<br />

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