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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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complacerse sino en Dios; y ésta es la vida nueva en<br />

Jesucristo, la formación del hombre nuevo y destrucción del<br />

viejo. Apresurémonos, pues, a morir como el gusano de seda,<br />

para llegar a ser la mariposa que se remonte al cielo, en vez<br />

de arrastrarse sobre la tierra.<br />

Mas el amor propio tiene una vida muy resistente, y no<br />

muere sino después de larga agonía. El alma aún imperfecta,<br />

es la madera verde que suda y gime, que se retuerce y se<br />

agita antes de abrasarse. Es la estatua bajo el cincel del<br />

escultor, la piedra que se talla a golpe de martillo; así las<br />

tentaciones, las arideces, las otras penas nos hacen sentir<br />

dolorosamente sus penetrantes golpes, pero es que sin esto<br />

permaneceríamos bloque informe, y no tomaríamos la<br />

semejanza de Jesús, paciente, humillado y crucificado. Al<br />

perfecto amor no se llega sino por múltiples desprendimientos,<br />

y cuanto más nos propongamos adelantar en los caminos de<br />

la oración, en la unión de amor y la verdadera santidad, más<br />

necesario nos será estar desasidos y libres. Buscaríamos<br />

tanto los consuelos de Dios como al Dios de los consuelos, si<br />

no aprendiéramos a servirle en los más terribles abandonos.<br />

En una palabra, siendo las penas interiores el camino de la<br />

perfección, Dios nos privará de sus dulzuras sólo porque nos<br />

ama, sin que por eso hayamos desmerecido. Quizá sintamos<br />

en el claustro menos dulzuras que en el mundo, pues Dios nos<br />

purifica más enérgicamente, a fin de unirnos a El con mayor<br />

perfección.<br />

El cáliz, a no dudarlo, es amargo, pero mucho más lo sería<br />

el infierno, y Dios obra con nosotros misericordiosísimamente<br />

sustituyendo los rigores del otro mundo con este purgatorio<br />

mitigado. Además, puesto que de gana o por fuerza es<br />

necesario beber el cáliz de la salud, hagamos de la necesidad<br />

virtud, que es el modo de dulcificar su amargura. Se nos hará<br />

todo más dulce, conforme la prueba nos vaya purificando y<br />

desprendiendo, de suerte que apenas sentiremos el dolor, sino<br />

por permisión de Dios, y en los momentos de pruebas<br />

excepcionalmente graves. Porque la viveza del dolor proviene<br />

en gran parte de la fuerte oposición del amor propio que no<br />

quiere ni morir ni abdicar. El amor divino se limitaría casi a no<br />

producir sino impresiones dulces y encantadoras, si no hallara<br />

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