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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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lanzarnos en Dios con ardiente deseo de poseerle. Esta unión<br />

de corazones produce la unión de voluntades. Desde que está<br />

poseído de un profundo afecto hacia Dios y se ha entregado a<br />

El sin reserva ni división, poseyendo nuestro corazón, se<br />

adueña también de nuestra voluntad, tanto que nada<br />

podríamos negarle.<br />

En el cielo se gusta la unión con Dios en las alegrías del<br />

amor beatifico. Aquí abajo se le encuentra más<br />

frecuentemente sobre el Calvario que sobre el Tabor; respecto<br />

a la unión de gozo, es rara y fugaz, y generalmente el<br />

sufrimiento la precede y la sigue. Dios mostró en un éxtasis a<br />

Santa Juana de Chantal que «padecer por Él es pasto de su<br />

amor en la tierra, como gozar de El lo es en el cielo».<br />

Concuerdan con las de su fundadora estas expresiones de<br />

Santa Margarita María: «Tanto vale el amor cuanto es lo que<br />

se atreve a sufrir. No vive a gusto el amor, si no sufre. Querer<br />

amar a Dios sin sufrimiento es ilusión.» Ya que el sufrimiento<br />

es necesario para purificar, desprender, y adornar las almas y<br />

preparar así su unión a Dios. Es también preciso para<br />

alimentar esta unión, para impedir que se debilite y hacerla<br />

crecer, pues no bastarían los ardores del amor.<br />

Es porque el amor, en efecto, no vive tan sólo de lo que<br />

recibe; vive aún más de lo que da; su mejor alimento será<br />

siempre el sacrificio. Así acontece hasta en las cosas<br />

humanas: el hijo que ha costado más dolores y lágrimas a su<br />

madre, ¿no será por ventura el más amado? De la misma<br />

manera el alma se une a Dios en la medida en que sabe<br />

abnegarse por El; la unión de corazón y de voluntad,<br />

cimentada por el hábito del sacrificio, será siempre la más<br />

sólida, y por decirlo así, inquebrantable. Mas, ¿sobreviviría la<br />

que ha nacido de las suavidades del amor? Quizá. Pero hay<br />

necesidad de que la prueba venga a reforzarla y mostrar lo<br />

que vale. Cuando Dios nos prodiga inefables ternuras y nos<br />

acaricia amorosamente como un padre que estrecha a su hijo<br />

contra su corazón, nuestra alma emocionada, anhelante,<br />

enloquecida, sale de si misma, se da por entero y se entrega<br />

con sinceridad. Mas el amor propio está muy lejos de morir<br />

definitivamente y hasta puede hallar su más delicado alimento<br />

en las dulzuras de esas emociones. Para completar la obra de<br />

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