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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Pobre de espíritu es aquel que no tiene ningún género de<br />

riquezas en su espíritu, ni su espíritu en las riquezas. Los<br />

halcones hacen su nido como una pelota, y no dejan sino una<br />

pequeña abertura en su parte superior; los construyen a la<br />

orilla del mar, y además los hacen tan firmes e impenetrables<br />

que aun pasándoles las olas por encima, jamás el agua ha<br />

podido penetrar en ellos, mas sobrenadando siempre<br />

permanecen en el mar, sobre el mar y dueños del mar. Así<br />

debe ser, amada Filotea, vuestro corazón, abierto solamente<br />

hacia el cielo, impenetrable a las riquezas y a las cosas<br />

caducas; si las poseéis, conservad vuestro corazón libre de<br />

afición a ellas; que se mantenga siempre en alto y que en<br />

medio de las riquezas permanezca sin riqueza y dueño de las<br />

riquezas. No, no coloquéis este espíritu celestial en los bienes<br />

terrestres, haced que les supere, que esté sobre ellos, y no en<br />

ellos.» Así queda descrita la pobreza afectiva, la cual ofrece<br />

una variedad de grados desde la simple resignación en la<br />

miseria o desapego en la posesión, hasta el amor apasionado<br />

de San Francisco de Asís, por su Señora la Pobreza. Cuando<br />

esta pobreza alcanza una elevada perfección es la<br />

bienaventuranza alabada por nuestro Señor. La pobreza<br />

afectiva es necesario pedirla de una manera absoluta y<br />

procurarla con asiduidad en la fortuna y en la miseria, por ser<br />

el fin que hemos de proponernos alcanzar, ya que según la<br />

observación de San Bernardo, «no es la pobreza reputada por<br />

virtud, sino el amor de la pobreza». Las riquezas, por el<br />

contrario, lo mismo que la pobreza afectiva, son uno de los<br />

principales objetos del Santo Abandono.<br />

Sin un mínimo de bienes temporales una familia no podría<br />

conservarse, atender a sus buenas obras y proveer<br />

moderadamente el porvenir. Si lo temporal marcha bien, el<br />

espíritu se hallará menos abrumado de cuidados, más libre<br />

para entregarse todo a lo espiritual. Como Dios nos ha<br />

constituido sus administradores y los dispensadores de esos<br />

bienes, con ellos podrá hacerse un fructuoso apostolado,<br />

puesto que al aliviar los cuerpos se tiene ocasión de ganar las<br />

almas para Dios, a la vez que se siente el placer de hacer<br />

dichoso a otros, porque «es mucho más agradable dar que<br />

recibir». Tiene, pues, razón San Francisco de Sales al decir en<br />

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