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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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de generosidad en el sufrimiento. Al propio tiempo les<br />

descubre este profundo abismo de nativa corrupción que<br />

llevamos en nosotros mismos, y que hasta entonces no<br />

habían podido ni querido sondear; y muéstraselo despacio, no<br />

mediante luces gloriosas, sino a fuerza de dolorosas<br />

experiencias. Nada más a propósito para destruir nuestro<br />

amor propio que este cuadro tan aflictivo y humillante. Sentir a<br />

cada instante su debilidad, y verse al borde del precipicio, ¿no<br />

es la prueba más fuerte para llevarnos a la desconfianza de<br />

nosotros mismos y a la confianza en sólo Dios? Si nos es<br />

provechoso ser abatidos en presencia de los demás, no<br />

menos lo es vernos anonadados a nuestros propios ojos, y<br />

esto será lo que poco a poco hará morir nuestro orgullo: esta<br />

es la razón por la que Dios permite tantas humillaciones<br />

interiores. Es una lección de evidencia deslumbradora, por lo<br />

que la prolonga hasta que quede bien aprendida y no pueda,<br />

por decirlo así, ser jamás olvidada. Sólo resta saber<br />

aprovecharse de ella, para establecerse en la verdadera<br />

humildad dulce y tranquila, que arroja fuera de sí la falsa<br />

humildad malhumorada y despechada. El enojo y el despecho<br />

en la humillación son otros tantos actos de orgullo, como en<br />

los dolores son otros tantos actos de impaciencia.<br />

Por medio de estas pruebas, Dios nos acaba de despegar.<br />

El amor propio es una hidra con muchas cabezas y que es<br />

preciso cortar una a una. Al principio se trabajó en cercenar el<br />

apego al mundo, a los bienes de la tierra, a los placeres de los<br />

sentidos, a la salud, etc. Y para ofrecernos su mano poderosa,<br />

Dios ha derramado la amargura en las alegrías de acá abajo,<br />

nos ha herido en las personas y en las cosas que nos eran<br />

más queridas, ha entregado a nuestro cuerpo a toda clase de<br />

enfermedades. Dóciles a su acción, hemos reportado ya<br />

notables ventajas; mas el amor propio, vencido en este<br />

terreno, nos espera en otro más delicado: aficiónase a la parte<br />

sensible de la piedad, y este apego es tanto más de temer,<br />

cuanto es menos grosero y más legítimo en apariencia. Y, sin<br />

embargo, el amor perfecto no puede soportar que nuestro<br />

corazón ande dividido por el afecto a los consuelos con el<br />

amor de Dios. ¿Qué sucederá? Si se trata de almas menos<br />

privilegiadas para las que Dios no tiene una ternura tan<br />

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