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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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justa, tan buena, tan amante, no deja de ser reina y señora en<br />

este castigo sin medida y del todo inmerecido por aquel a<br />

quien se inflige; en una palabra, esta voluntad tres veces<br />

santa permanece en el fondo de este prodigio de iniquidad.<br />

Vivimos en esta creencia..., y después nos parece un exceso<br />

reconocer la voluntad de Dios, no digo en los males de la<br />

Santa Iglesia o en las calamidades públicas, sino en las<br />

pérdidas particulares, en esas humillaciones, esas<br />

decepciones, esos contratiempos, esos pequeños males, esas<br />

nonadas que llamamos nuestras cruces y que son nuestras<br />

pruebas habituales.»<br />

Y, ¿por qué la mano de Dios no andará en todo esto? En el<br />

pecado hay dos elementos: material y formal. Lo material no<br />

es sino el ejercicio natural de nuestras facultades y Dios<br />

concurre a él como a todos nuestros actos. Este concurso es<br />

de toda necesidad, pues si Dios nos lo negara, quedaríamos<br />

reducidos a la impotencia, y habiéndolo juzgado conveniente<br />

otorgarnos la libertad prácticamente nos la quitaría. Empero el<br />

mérito o la falta es lo formal del acto; y en el pecado, lo formal<br />

es el defecto voluntario de conformidad del acto con la<br />

voluntad de Dios. Este defecto no es un acto, es más bien su<br />

ausencia. Dios no concurre a él, al contrario, ha señalado<br />

preceptos, hecho promesas y amenazas. Ofrece su gracia,<br />

solicita al alma para conducirla a su deber; ha hecho, pues,<br />

todo para impedir el pecado, pero no quiere llegar al extremo<br />

de violentar la libertad. A pesar de todo lo hecho por Dios, el<br />

hombre, abusando de su libre albedrío, no ha adaptado su<br />

voluntad a la de Dios; Dios, por tanto, no ha prestado su<br />

concurso sino a lo material del acto. No hay cooperación al<br />

pecado, considerado como tal; lo ha permitido en cuanto que<br />

no lo ha impedido por medio de la violencia, sin que esta<br />

permisión sea una autorización, pues El detesta la falta y se<br />

reserva el castigarla en tiempo oportuno. Mas entretanto, cabe<br />

en sus designios hacer servir el mal para el bien de sus<br />

elegidos, utilizando para esto la debilidad y la malicia de los<br />

hombres, sus faltas hasta las más repugnantes. No de otra<br />

suerte se muestra un padre que, queriendo corregir a su hijo,<br />

toma la primera vara que le viene a mano y después la arroja<br />

al fuego; otro tanto hace un médico que prescribe sanguijuelas<br />

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