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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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cesar, sin que jamás puedan derribarle por completo; podrán,<br />

si, debilitarle, mas no acabarán con él. Vive constantemente<br />

en nosotros y con nosotros muere, y es en verdad execrable,<br />

por cuanto que ha nacido del pecado y tiende continuamente a<br />

él... Con todo, no nos turbemos por esto; porque nuestra<br />

perfección consiste en combatirlas, y mal las pudiéramos<br />

combatir sin tenerlas, ni vencerlas sin encontrarlas. Nuestra<br />

victoria no se cifra, pues, en no sentirlas, sino en no<br />

consentirías. Además, es conveniente que para ejercitar<br />

nuestra humildad, seamos algunas veces heridos en esta<br />

batalla espiritual; y, sin embargo, no somos considerados<br />

como vencidos, sino cuando hemos perdido o la vida o el<br />

valor.»<br />

Preciso es, pues, resolvemos a combatir con paciencia y<br />

perseverancia, mas en calma y en paz. Y así, una vez que<br />

hayamos hecho lo que está de nuestra parte, entonces<br />

habremos cumplido todo nuestro deber, quedando todo lo<br />

demás a merced de la divina Providencia. Pero ante la<br />

persistencia y la obstinación de estas luchas que se renuevan<br />

cada día sin terminarse jamás, «la pobre alma se turba, se<br />

aflige, se inquieta y piensa que hace bien en entristecerse,<br />

como si fuera el amor de Dios quien la excita a la tristeza. Sin<br />

embargo, Teótimo, no es el amor divino el que produce esta<br />

turbación, pues no se apesadumbra o desazona sino por el<br />

pecado; es nuestro amor propio que desearía estuviésemos<br />

libres del trabajo que los asaltos de nuestras pasiones nos<br />

causan; la molestia de resistir es la que nos inquieta», a<br />

menos que sea la humillación de experimentar la vergüenza<br />

de vernos tentados.<br />

Mas, a pesar de todo, dirá alguno, si yo conozco que mis<br />

faltas multiplicadas han sido impedimento a mi progreso en las<br />

virtudes, y que ese retraso en la corrección de mis defectos<br />

proviene de mi negligencia, ¿cómo no inquietarme por ello?<br />

Imploremos de Dios el perdón, detestemos la ofensa y<br />

aceptemos humildemente la pena y la humillación que de ahí<br />

nos viene; y sin perder el tiempo, el valor y la paz en estériles<br />

lamentaciones, trabajemos con diligencia en realizar mayores<br />

progresos en lo porvenir. Pero permanezcamos tranquilos,<br />

pues la turbación es nuevo mal y no remedio, y el desaliento<br />

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