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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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señal de la verdadera humildad, fundándose en esta expresión<br />

de San Pablo, que Nuestro Señor se anonadó haciéndose<br />

obediente. «¿Veis -decía- cuál es la medida de la humildad?<br />

Es la obediencia. Si obedecéis, pronta, franca, alegremente,<br />

sin murmuración, sin rodeos y sin réplica sois verdaderamente<br />

humildes, y sin la humildad es difícil ser verdadero obediente;<br />

porque la obediencia pide sumisión, y el verdadero humilde se<br />

hace inferior y se sujeta a toda criatura por amor de<br />

Jesucristo; tiene a todos sus prójimos por superiores, y se<br />

considera como el oprobio de los hombres, el desecho de la<br />

plebe y la escoria del mundo.» Humillación excelente es<br />

también descubrir el fondo de nuestros corazones y de<br />

nuestra conciencia a los que tienen la misión de dirigirnos,<br />

dándoles fiel cuenta de nuestras tentaciones, de nuestras<br />

malas inclinaciones y, en general, de todos los males de<br />

nuestra alma. Finalmente, es saludable humillación acusarse<br />

ante los Superiores como lo haríamos en presencia del mismo<br />

Dios, y cumplir con corazón contrito y humillado las<br />

penitencias usadas en nuestros Monasterios. Además de<br />

estas humillaciones de Regla, hay otras que son espontáneas.<br />

San Francisco de Sales «quería mucha discreción en éstas,<br />

porque el amor propio puede deslizarse en ellas sagaz e<br />

imperceptiblemente, y ponía en sexto grado procurarse las<br />

abyecciones cuando no nos vinieren de fuera».<br />

El santo estimaba mucho las humillaciones que no son de<br />

nuestra libre elección; porque en verdad, las cruces que<br />

nosotros fabricamos son siempre más delicadas, además de<br />

que serían contadas y apenas tendrían eficacia para matar<br />

nuestro amor propio.<br />

Necesitamos, pues, que nos cubran de confusión, que nos<br />

digan las verdades sin miramientos, y que nos hagan sentir<br />

todo este mundo de corrupción y de miserias que bulle en<br />

nosotros. De ahí que Dios nos prive de la salud, disminuya<br />

nuestras facultades naturales, nos abandone a la impotencia y<br />

oscuridad, o nos aflija con otras penas interiores. Esta misma<br />

razón le mueve a abofetearnos por mano de Satanás, a<br />

ordenar a nuestros Superiores que nos reprendan, y a la<br />

Comunidad que tome parte conforme a nuestros usos en la<br />

corrección de nuestros defectos. La acción ruda y saludable<br />

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