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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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quedando empero un campo dilatado a nuestra libre actividad.<br />

Muy otras son las condiciones al tratarse de las vías<br />

místicas. Tomemos como ejemplo la quietud. Dios, al obrar<br />

mediante los dones del Espíritu Santo, no se oculta tanto, y<br />

por lo regular hace sentir su presencia y su acción. Interviene<br />

conforme a su beneplácito, en el coro, en la lectura, en el<br />

trabajo, en el tiempo y lugar que juzga oportuno, y no siempre<br />

cuando nosotros le esperamos. No se acomoda ya a nuestros<br />

procedimientos naturales, y en cierto modo nos impone los<br />

suyos. Toma, cuando le place, la iniciativa y dirección de<br />

nuestra oración; liga la imaginación, la memoria y el<br />

entendimiento para impedir las dilatadas consideraciones, los<br />

afectos metódicos y discursivos, variados y complicados, para<br />

llevarlos poco a poco a una sencilla atención amorosa.<br />

Produce El mismo la luz y el amor, y los derrama a torrentes,<br />

como con medida, o gota a gota; los refuerza y los disminuye<br />

a su arbitrio. Propone a su consideración sus divinos atributos,<br />

la Pasión, la infancia de Nuestro Señor u otra materia que a El<br />

le place. Provoca en nosotros un silencio admirativo,<br />

transportes amorosos, suaves coloquios, o bien nos reduce a<br />

la penosa aridez de un desierto sin fin. No está en nuestro<br />

poder hacerle reforzar o modificar su acción, retenerle o<br />

hacerle volver contra su voluntad cuando El se quiere retirar.<br />

Es el dueño y bien a las claras lo demuestra, mas su<br />

intervención será siempre la obra de su amor misericordioso y<br />

de su exquisita sabiduría.<br />

A pesar de esto nos deja, en general, la facilidad de hacer<br />

nuestras lecturas piadosas, y aun de hallar abundantes<br />

consideraciones para servicio de nuestros hermanos. Si se<br />

exceptúa la impotencia para meditar que puede llegar a ser<br />

total, la influencia mística no liga aquí enteramente las<br />

potencias. Podemos siempre recibirla o rechazarla, aceptar el<br />

asunto de la oración que ella nos ofrece o tomar otro,<br />

atenernos a los actos que nos brinda, o añadir a ellos cuanto<br />

queramos, como afectos, peticiones, etcétera. En una palabra,<br />

es la quietud una mezcla de pasivo y de activo, o, como dice<br />

Santa Teresa, «lo natural se encuentra allí mezclado a lo<br />

sobrenatural»; y por lo mismo tendrán cabida<br />

simultáneamente el «dejar hacer a Dios» y nuestra actividad<br />

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