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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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menos en el fondo de vuestro corazón tenéis de amar a Dios y<br />

de no ocasionarle con propósito deliberado el más leve<br />

disgusto. Abandonaos, pues, en los brazos de la divina<br />

misericordia; protestad que no deseáis sino a Dios y su<br />

beneplácito, y desechad todo temor. ¡Cuánto agradan al Señor<br />

los actos de confianza y de resignación hechos en medio de<br />

estas densas tinieblas!»<br />

La más dolorosa de todas estas incertidumbres es la que<br />

se refiere a nuestro porvenir eterno. Si no es por revelación<br />

divina, nadie sabe con certeza absoluta si actualmente es<br />

digno de amor o de odio, y mucho menos todavía, si ha de<br />

perseverar o ha de tener un fin desgraciado. Dios es quien<br />

quiere esta incertidumbre, sin la que correríamos el peligro de<br />

adormecernos en la pereza o exponernos con loca temeridad.<br />

Por su mediación nos conserva Dios en humilde desconfianza<br />

de nosotros mismos y en celo siempre vigilante; afirma<br />

además su soberano dominio sobre nosotros recordándonos<br />

nuestra absoluta dependencia, nos hace sentir la incesante<br />

necesidad de orar, de velar, de mortificarnos, de multiplicar<br />

nuestras obras santas, y da mayor lustre y valor a nuestra fe,<br />

a nuestra confianza, a nuestro abandono. Adoremos esta<br />

admirable disposición y, lejos de dejarnos arrastrar por un<br />

temor desconfiado y de perder el ánimo, cultivemos con<br />

solicitud este temor amoroso que estimula la actividad y pone<br />

en guardia contra sus peligros. La manera más cierta de<br />

asegurar el porvenir es santificar el momento presente. El<br />

autor de la Imitación nos muestra a un hombre preocupado de<br />

su eternidad, hasta el extremo de ser presa de la inquietud y<br />

de la agitación. «Con frecuencia fluctuaba entre el temor y la<br />

esperanza. Un día, abrumado de tristeza, se dirige a una<br />

iglesia, y orando ante el altar y revolviendo en sí mismo los<br />

pensamientos que le acongojaban dijo: ¡Oh, si supiera que<br />

había de perseverar! Al momento oyó en su interior esta<br />

respuesta de Dios: ¿Qué harías si lo supieses...? Haz ahora lo<br />

que entonces querrías hacer y estarás seguro. - Consolado y<br />

lleno de valor, abandonóse en seguida al divino beneplácito y<br />

desapareció su ansiedad, y no quiso en adelante indagar con<br />

curiosidad lo que le había de suceder, sino más bien cuál era<br />

por el momento la voluntad de Dios y su beneplácito, para<br />

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