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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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excelente que, después de haber sido medio de<br />

adelantamiento, no pueda convertirse en tropiezo y obstáculo<br />

a causa de las miradas de complacencia y del apego que<br />

mancillan al alma. Ahí estriba el que Dios se vea precisado a<br />

quitarnos lo que nos había dado, pero no lo hace sino para<br />

devolvérnoslo centuplicado, una vez que se haya purificado de<br />

esta maligna apropiación que de sus dones hacíamos sin<br />

darnos cuenta de ello. Por este motivo, aunque trabajando con<br />

una piadosa avaricia en enriquecernos de virtudes,<br />

debiéramos decir al Señor: Consiento en ser privado, en<br />

cuanto sea de vuestro agrado, de saber si me habéis<br />

concedido esas gracias o ese progreso, porque soy tan<br />

miserable, que todo bien conocido se me convierte en<br />

ponzoña, y estas malditas complacencias del amor propio<br />

vienen a manchar la pureza de mis obras casi sin yo saberlo y<br />

contra mi voluntad. Así, Dios mío, soy yo mismo quien os liga<br />

las manos y os obliga a ocultarme, por vuestra bondad, las<br />

gracias que vuestra misericordia os mueve a concederme.<br />

¿Se trata de los medios de santificación? Pongámonos en<br />

las manos de Dios: El sabrá elegir para las almas fieles, no los<br />

más gloriosos ni los más conformes a sus deseos, sino los<br />

más a propósito para asegurar su adelantamiento y la<br />

humildad. ¿Qué más habríamos de desear? ¿En qué consiste,<br />

pues, el servicio de Dios, sino en abstenemos del mal, en<br />

guardar los mandamientos, en trabajar a medida de nuestras<br />

fuerzas conforme a la voluntad de Dios? Y si esto hacéis,<br />

«¿por qué desear con un ardor inmoderado las luces del<br />

espíritu, los sentimientos, los gustos interiores, la facilidad en<br />

el recogimiento, en la oración o cualquier otro don de Dios, si<br />

a El no le place concedéroslo? ¿No será esto pretender<br />

perfeccionaros a vuestro gusto y no al suyo, seguir vuestra<br />

voluntad y no la voluntad divina, mirar más por vuestra<br />

satisfacción que al agrado de Dios, en una palabra, querer<br />

servirle conforme a vuestro capricho, y no según su<br />

beneplácito? - ¿Habré, pues, de resignarme a permanecer<br />

toda mi vida víctima de pobreza, de mis debilidades, de mis<br />

miserias? - Sí por cierto, si así es del agrado de Dios». No es<br />

esto sino una pobreza aparente, pues en el fondo, «riqueza<br />

será, y por cierto inmensa, ser precisamente lo que Dios<br />

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