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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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mujer adúltera, a la Samaritana. No, nadie podrá intimidarme,<br />

porque sé a qué atenerme en lo que se refiere a su amor y a<br />

su misericordia. Sé que toda esa multitud de ofensas se<br />

abismaría en un abrir y cerrar de ojos como gota de agua<br />

arrojada en ardientes brasas.»<br />

No imitemos, pues, a las personas para quienes un<br />

arrepentimiento tranquilo es una paradoja. ¿No ha de haber<br />

un término medio entre la indiferencia a la que tanto teme su<br />

espíritu de fe, y el despecho, el abatimiento en que los arroja<br />

su impaciencia? Jamás sabríamos precavernos lo bastante<br />

contra la turbación que nuestros pecados nos causan, lo cual,<br />

lejos de ser un remedio, es un nuevo mal. Mas, por nocivas<br />

que las faltas sean en sí mismas, lo son más aún en sus<br />

consecuencias cuando producen la inquietud, el desaliento y a<br />

veces la desesperación. Por el contrario, la paz en el<br />

arrepentimiento es muy deseable. «Santa Catalina de Sena<br />

cometía algunas faltas, y afligiéndose por este motivo ante el<br />

Señor, hízola entender que su arrepentimiento sencillo, pronto<br />

y vivo y lleno de confianza, le complacía más de lo que había<br />

sido ofendido por las faltas. Todos los santos han tenido faltas,<br />

y a veces los mayores las han tenido considerables, como<br />

David y San Pedro, y jamás quizá hubieran llegado a santidad<br />

tan encumbrada si no hubieran cometido faltas y faltas muy<br />

grandes. Todo concurre al bien de los elegidos -dice San<br />

Pablo-; hasta sus pecados -comenta San Agustín-.»<br />

Existe, en efecto, el arte de utilizar nuestras f altas, y<br />

consiste el gran secreto en soportar con sincera humildad, no<br />

la falta misma, ni la injuria hecha a Dios, sino la humillación<br />

interior, la confusión impuesta a nuestro amor propio; de<br />

suerte que nos abismemos en la humildad confiada y<br />

tranquila. ¿No es el orgullo la principal causa de nuestros<br />

desfallecimientos? Poderoso medio para evitar sus efectos,<br />

será aceptar la vergüenza, confesando que se la tiene<br />

merecida. Con sobrada facilidad eludimos las otras<br />

humillaciones, persuadiéndonos de que son injustas, ¿pero<br />

cómo no sentir la dura lección de nuestras faltas, siendo así<br />

que ellas ponen de manifiesto tanto nuestra nativa<br />

depravación como nuestra debilidad en el combate? La<br />

humillación bien recibida produce la humildad, y la humildad a<br />

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