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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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generosidad que a sus fuerzas, de suerte que casi al principio<br />

de su vida religiosa enfermó y siempre anduvo así. Cuando se<br />

presentó al Obispo de Chalons para recibir la bendición<br />

abacial, estaba del todo extenuado y parecía un moribundo.<br />

Púsose por obediencia en manos de un practicante, que<br />

acabó de ponerle peor, haciéndole servir platos que un<br />

hombre robusto y acosado de hambre apenas hubiera querido<br />

tocar. El santo tomaba todo con indiferencia y todo lo hallaba<br />

igualmente bueno. Una estrechura de garganta que casi no le<br />

permitía pasar más que líquidos, el estómago muy delicado y<br />

el vientre en estado deplorable, eran sus tres dolencias<br />

permanentes. A éstos venían accidentalmente a reunirse otros<br />

males. Con frecuencia devolvía los alimentos como los había<br />

tomado, y lo poco que de ellos conservaba sólo servia para<br />

torturarle. A pesar de tantos sufrimientos como le extenuaban,<br />

maceraba su cuerpo con severos ayunos, con vigilias<br />

prolongadas, con los más duros trabajos. Considerábase<br />

siempre como un principiante, y decía que le hacía falta la<br />

regularidad de un novicio, la severidad de la Orden y el rigor<br />

de la disciplina. Sin embargo, hubo de adoptar un régimen que<br />

su estómago pudiese soportar, sin perder lo más mínimo el<br />

espíritu de sacrificio y la pobreza. Con ánimo increíble asistía<br />

con la Comunidad al coro, al trabajo, a todo. Si había faenas<br />

que él no supiera ejecutar, cavaba la tierra, cortaba leña, la<br />

llevaba sobre sus espaldas; y cuando sus fuerzas le<br />

traicionaban, cogía las ocupaciones más viles, a fin de<br />

compensar la fatiga con la humildad. Sólo la necesidad era<br />

capaz de apartarle de los ayunos comunes. Fue, sin embargo,<br />

preciso hacerlo, porque llegó tiempo en que, no pudiéndose<br />

sostener sin gran trabajo en pie, permanecía casi de continuo<br />

sentado y muy rara vez se movía. Lo que no podía hacer lo<br />

compensaba dándose más a la oración, a las piadosas<br />

lecturas, al estudio y a la composición; dábase por entero a<br />

sus religiosos por la predicación y la dirección. Y cuando la<br />

Iglesia tenía necesidad de sus servicios, olvidaba su estado de<br />

agotamiento, afrontaba la fatiga de los viajes, resolvía los<br />

asuntos, predicaba sin descanso y daba solución a todo.<br />

Volvía luego aún más enfermo, pero también más hambriento<br />

de su amada vida de penitencia y de contemplación. Tal<br />

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