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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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sus más valiosos dones, ella está preparada; pues, en opinión<br />

de nuestro Padre San Bernardo, las grandes pruebas son el<br />

preludio de grandes gracias, ya que las unas no vienen sin<br />

que las acompañen las otras.<br />

Mas aun en esto se tropieza con algún inconveniente. Las<br />

arideces espirituales y las desolaciones sensibles dejan, sin<br />

duda, subsistir en el servicio de Dios esa voluntad generosa,<br />

que constituye la esencia de la devoción y hasta la inclinación,<br />

la facilidad, la destreza que denotan la virtud adquirida. Con<br />

todo, por el hecho mismo de aminorar la abundancia de<br />

piadosos pensamientos y santas afecciones, las arideces<br />

hacen desaparecer el suplemento de la fuerza de alegría que<br />

aportaban las consolaciones, dejando en su lugar las penas y<br />

la dificultad. No son una tentación propiamente dicha, pues<br />

directamente no impelen al mal, mas el diablo abusa de ellas<br />

con intención de sembrar la cizaña entre el alma y Dios. Ya no<br />

envía el Señor ni luces ni devoción, ¿acaso estará indiferente,<br />

irritado, implacable?, sin embargo, nosotros obramos lo mejor<br />

que podemos. Entonces el temor y la desconfianza acumulan<br />

nubarrones y amenazan hacer estallar la tempestad. -<br />

Tampoco la naturaleza halla compensación, y, cansada de<br />

sufrir largo tiempo y sin entrever el término, se lanza a buscar<br />

en las criaturas lo que no halla en Dios.<br />

Así, pues, las consolaciones y las arideces están<br />

destinadas por Dios a desempeñar en el alma una muy<br />

benéfica misión. Tienen también sus escollos, pero la acción<br />

de las unas completa y corrige la acción de las obras; las<br />

consolaciones inflaman el amor propio; si las dulzuras elevan,<br />

la impotencia rebaja; si la desolación desalienta, la<br />

consolación conforta. Dios se ha reservado el derecho de<br />

conceder unas u otras, lo mismo que el de hacerlas cesar.<br />

Hace que alternen, y las combina como mejor convengan a<br />

nuestros intereses, con no menos sabiduría que firmeza. De<br />

ordinario comienza por las consolaciones a fin de ganar los<br />

corazones y sostener la debilidad. Cuando el alma se ha<br />

robustecido y es capaz de soportar un tratamiento más<br />

enérgico, le envía ante todo el dolor, ¡nos es tan necesario el<br />

morir a nosotros mismos! En sentir de San Alfonso, «todos los<br />

santos han padecido estas sequedades, estos desamparos<br />

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