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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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por ende un motivo de moderar sus deseos. San Martín de<br />

Tours, en su lecho de muerte, hállase en una situación de este<br />

género; no teme morir, no rehúsa vivir, se abandona a la<br />

misma Providencia. La misma perplejidad había<br />

experimentado el gran Apóstol: «Para mí, la muerte es una<br />

ganancia, escribe a los filipenses; pero si se prolonga mi vida,<br />

he de sacar fruto de mi trabajo. Por dos partes me veo<br />

estrechado: deseo yerme desatado del cuerpo y estar con<br />

Cristo, y eso sería mucho mejor; mas mi permanencia en esta<br />

vida os es necesaria. No sé qué escoger»<br />

San Alfonso ensalza indudablemente la perfecta<br />

conformidad con la voluntad divina, y con todo, presenta sus<br />

argumentos en forma que lleva más a desear la muerte que la<br />

vida. Idénticos matices ofrece el P. Rodríguez. A Santa Teresa<br />

le parecía que sufrir era la única rezón de la existencia: Señor,<br />

o morir o padecer. No puede soportar por más tiempo el<br />

suplicio de verse sin Dios; sin embargo, aceptaría con ánimo<br />

varonil todos los trabajos de este destierro hasta el fin del<br />

mundo, por recibir en el cielo un grado mayor de gloria. Su<br />

amiga María Díaz, llegada a la edad de ochenta años, rogaba<br />

a Dios prolongase su vida. Santa Teresa le manifestó un día el<br />

ardor con que deseaba el cielo: «Yo, respondió aquélla, lo<br />

deseo, pero lo más tarde posible; en este lugar de destierro<br />

puedo dar algo a Dios, trabajando, sufriendo por su gloria,<br />

pero en el cielo nada podré ofrecerle.» Según el venerable P.<br />

la Puente «estos dos deseos tan diferentes descansan sobre<br />

sólidos fundamentos, mas el de María Díaz era mucho más<br />

preferible, porque daba más a la gracia, única que puede<br />

inspirar el amor de la cruz». San Francisco de Sales, en su<br />

última enfermedad, permanece fiel a su máxima: nada desear,<br />

nada pedir, nada rehusar. Instábasele a que rezase la oración<br />

de San Martín moribundo: «Señor, si aún soy necesario a tu<br />

pueblo, no rehúso el trabajo», y con humildad profunda<br />

responde: «nada de esto haré; no soy necesario, ni útil, que<br />

soy del todo inútil». San Felipe de Neri dijo lo mismo en<br />

parecida circunstancia. Notemos, por último, estas acertadas<br />

palabras del Obispo de Ginebra: «Tomo a mi cuidado el<br />

cuidado de vivir bien, y el de mi muerte lo dejo a Dios». En<br />

una palabra, todos los santos han practicado el perfecto<br />

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