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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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ecibía los oprobios con alegría, porque creíase merecedor de<br />

peores tratamientos. Parecíale que no se le injuriaba bastante<br />

y suspiraba por el momento en que tendría que sufrir<br />

sangrientas disciplinas, a fin de poder sufrir por Dios esta<br />

afrenta y dolor. Creía tener tantos defectos, ser culpable de<br />

tantos pecados, que no se indignaba por las reprensiones y<br />

ultrajes, pues para él no eran injustos ni crueles. Por más que<br />

sus penas interiores fuesen aún mayores en esta época, se<br />

consolaba en sus continuas comunicaciones con Dios, y<br />

componiendo ese admirable cántico que explicó más tarde.<br />

6. D<strong>EL</strong> <strong>ABANDONO</strong> EN LOS BIENES ESENCIALES ESPIRITUALES<br />

Consideremos aquí la vida espiritual en su parte esencial:<br />

1º Su fin esencial, que es la vida de la gloria. 2º Su esencia<br />

aquí abajo, que es la vida de la gracia. 3º Su ejercicio esencial<br />

en este mundo, es decir, la práctica de sus virtudes y la huida<br />

del pecado. 4º Sus medios esenciales, que son la observancia<br />

de los preceptos, de nuestros votos y de nuestras Reglas, etc.<br />

Todas estas cosas son necesarias a los adultos, religiosos o<br />

seglares, cualquiera que sea la condición en que Dios los<br />

ponga o el camino por donde los lleve. Son ellas el objeto<br />

propio de la voluntad de Dios, significada, y, por tanto, son del<br />

dominio de la obediencia y no del abandono. El abandono, sin<br />

embargo, hallará ocasiones de ejercitarse aun en estas cosas.<br />

Artículo 1º.- La vida de la gloria<br />

«Dios nos ha significado de tantos modos y por tantos<br />

medios su voluntad de que todos fuésemos salvos, que nadie<br />

puede ignorarlo. Pues aunque no todos se salven, no deja, sin<br />

embargo, esta voluntad de ser una voluntad verdadera, que<br />

obra en nosotros según la condición de su naturaleza y de la<br />

nuestra; porque la bondad de Dios le lleva a comunicamos<br />

liberalmente los auxilios de su gracia, pero nos deja la libertad<br />

de valernos de estos medios y salvarnos, o de despreciarlos y<br />

perdernos. Debemos, pues, querer nuestra salud como Dios la<br />

quiere, para lo cual hemos de abrazar y querer las gracias que<br />

Dios a tal fin nos dispensa, porque es necesario que nuestra<br />

voluntad corresponda a la suya.» Así se expresa San<br />

Francisco de Sales, al que nos complacemos en citar, para<br />

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