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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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pecado a fin de que arroje por completo de sí las faltas<br />

pasadas, y en lo sucesivo las evite con doblado celo. La<br />

humilla de tal suerte que no se atreva ya a fiarse de su propio<br />

juicio y se someta enteramente a su padre espiritual. Si se<br />

trata de un alma adelantada, con este procedimiento la acaba<br />

de purificar, despegar, aniquilar para disponerla a mayores<br />

gracias. Así es como los santos han pasado por esta prueba,<br />

unos al tiempo de su conversión, como San Ignacio de Loyola;<br />

otros, como San Alfonso, en la época de su más encumbrada<br />

santidad.<br />

Puede, pues, haber muchas causas inmediatas de los<br />

escrúpulos, y no hay más que una causa suprema, sin que la<br />

naturaleza y el demonio nada podrían. Aun cuando nosotros<br />

mismos fuésemos los autores de nuestra desdicha, requiérese<br />

por lo menos la voluntad permisiva de Dios, y por lo mismo, es<br />

preciso ver en esto, como en todo, la mano de la Providencia;<br />

y no es porque Ella quiera el desorden de los escrúpulos, mas<br />

puede, sin embargo, querer que llevemos esa cruz. Su<br />

voluntad significada nos invita en este caso a luchar contra el<br />

mal, y su beneplácito a soportar la prueba. Nos convendrá,<br />

pues, por todo el tiempo que dure, combatir con frecuencia, y<br />

¡ojalá que sepamos hacerlo con un abandono lleno de<br />

confianza!<br />

«Para terminar -dice San Alfonso- repito: obedeced; y, por<br />

favor, no continuéis mirando a Dios como un cruel tirano. Es<br />

indudable que aborrece el pecado, mas no puede aborrecer a<br />

un alma que detesta y llora sinceramente sus faltas.» «Tú me<br />

buscas -decía el Señor a Santa Margarita de Cortona- pero<br />

Yo, tenlo bien entendido, te busco a ti, más que tú a mi; y tus<br />

temores son los que te impiden avanzar en el amor divino.»<br />

Atormentada por los escrúpulos, aunque siempre sumisa,<br />

Santa Catalina de Bolonia temía acercarse a la sagrada mesa,<br />

pero bastaba una señal de su confesor para que<br />

sobreponiéndose a sus temores, fuese a comulgar. Para<br />

animarla a obedecer siempre, apareciósela un día Nuestro<br />

Señor y la dijo: «regocíjate, hija mía, que muy agradable me<br />

es tu obediencia». Aparecióse también a la Beata Estefanía de<br />

Soncino, dominica, y la dijo: «en vista de que has puesto tu<br />

voluntad en manos de tu confesor como en las mías propias,<br />

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