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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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tal el combate por el que el verdadero justo se sustrae al<br />

dominio de los sentidos; tales las gloriosas victorias que nos<br />

procuran en este mundo la paz y la sumisión relativa de la<br />

parte inferior, y en el cielo la posesión de Dios. Apréndese en<br />

estas tempestades a desprenderse de todo, a hacer<br />

frecuentes y penosos sacrificios, a vencerse en no pocas<br />

cosas, a practicar singularmente la paciencia, la humildad, el<br />

abandono. Todo esto se ejecuta en la parte más interior del<br />

espíritu casi sin nosotros conocerlo, a pesar de las<br />

apariencias, hasta el punto de que muchas veces tenemos la<br />

sumisión creyendo no tenerla. Lejos de ser una señal de<br />

alejamiento de Dios, estos disgustos constituyen una gracia<br />

mucho mayor de lo que pudiéramos pensar; pues, dejándonos<br />

penetrados de nuestra debilidad y perversidad, nos disponen a<br />

esperarlo todo de la divina Bondad.<br />

Nada hagamos en este estado contra las órdenes de Dios,<br />

ni nos lamentemos desesperadamente, sino que más bien<br />

pronunciemos con humildad nuestro fiat; ved ahí la perfecta<br />

sumisión que nace del amor y del más puro amor. ¡Ah, si en<br />

ocasiones semejantes supiéramos permanecer en respetuoso<br />

silencio de fe, de adoración, de humildad, de abandono y de<br />

sacrificio, entonces encontraríamos el gran secreto que<br />

santifica y hasta endulza las amarguras! Es preciso ejercitarse<br />

y formarse poco a poco, guardarse mucho de la turbación si<br />

se ha faltado, pero en seguida volver a este filial abandono<br />

con humildad apacible y tranquila. Entonces podemos contar<br />

con los auxilios de la gracia. Cuando Dios nos envía grandes<br />

cruces y nos ve deseosos de soportarlas bien, no deja nunca<br />

de sostenemos invisiblemente, de suerte que la magnitud de<br />

la prueba corra parejas con la magnitud de la fuerza y de la<br />

paz, y aun a veces sea superada. Por lo demás, no conviene<br />

abandonar la oración, ni suprimir nuestros actos interiores por<br />

áridos, pobres y miserables que puedan parecer; que si no<br />

tienen sabor para nosotros, lo tendrán muy mucho para Aquel<br />

que ve vuestra buena voluntad. ¡ Felices las almas que a<br />

ejemplo de Santa Teresa del Niño Jesús, tiene por ideal<br />

consolar a su buen Maestro y no exigir que El les consuele<br />

siempre!<br />

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