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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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de la humillación quiere Dios ejercerla especialmente por<br />

aquellos que nos rodean; a todos los emplea en la obra,<br />

utilizando para ello el buen celo y el celo amargo, las virtudes<br />

y los defectos, las intenciones santas, la debilidad y aun, en<br />

caso necesario, la malicia. Los hombres no son sino<br />

instrumentos responsables, y Dios se reserva el castigarlos o<br />

recompensarlos a su tiempo. Dejémosle esta misión, y no<br />

viendo en El sino a. nuestro Dios, a nuestro Salvador, al Amigo<br />

por excelencia, y olvidando lo que en ello hay de amargo para<br />

la naturaleza, aceptemos como de su mano este austero y<br />

bienhechor tratamiento de las humillaciones. De ordinario,<br />

éstas son breves y ligeras, y aun cuando fuesen largas y<br />

dolorosas, no lo serian sino de una manera más eficaz,<br />

dispuestas por la divina misericordia, «y el rescate de las<br />

faltas pasadas, la remisión de las fragilidades diarias, el<br />

remedio de nuestras enfermedades, un tesoro de virtudes y<br />

méritos, un testimonio de nuestra total entrega a Dios, el<br />

precio de sus divinas amistades y el instrumento de nuestra<br />

perfección».<br />

La humillación fomenta el orgullo cuando se la rechaza con<br />

indignación o se sufre murmurando; y esto explica cómo «se<br />

hallan tantas personas humilladas que no son humildes». Sólo<br />

será provechosa para aquel que le hace buena acogida y en la<br />

medida en que la reciba humildemente como si fuera de la<br />

mano de Dios, diciéndose, por ejemplo: en verdad que la<br />

necesito y bien la he merecido. Y si una ligera ofensa, una<br />

falta de consideración, una palabra desagradable es suficiente<br />

para lanzarme en la agitación y turbación, señal es que el<br />

orgullo se halla todavía lleno de vida en mi corazón, y en lugar<br />

de mirar la humillación como un mal, debiera mirarla como mi<br />

remedio; bendecir a Dios que quiere curarme, y saber<br />

agradecerla a mis hermanos que me ayudan a vencer mi amor<br />

propio. Por otra parte, la vergüenza, la confusión, la verdadera<br />

humillación, ¿no consiste en sentirme aún tan lleno de orgullo<br />

después de tantos años pasados en el servicio del Rey de los<br />

humildes? Si conociéramos bien nuestras faltas pasadas y<br />

nuestras miserias presentes, poco nos costaría persuadirnos<br />

de que nadie podrá jamás despreciarnos, injuriarnos y<br />

ultrajarnos en la medida que lo tenemos merecido; y en vez de<br />

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