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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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miseria. Humillémonos poniendo ante nuestra vista los<br />

pecados de la vida pasada. Consideremos que estos favores<br />

son puro efecto de la bondad de Dios, que los concede para<br />

disponemos a realizar los sacrificios que El exige, y quizá para<br />

sobrellevar con paciencia las pruebas que nos va a enviar. En<br />

la consolación preparémonos para la desolación:<br />

«Ofrezcámonos, pues, entonces, a soportar todas las<br />

penas interiores y exteriores que nos aguardan,<br />

enfermedades, persecuciones, desolaciones espirituales,<br />

diciendo: «Heme aquí, Señor, haced de mí y de cuanto me<br />

pertenece lo que os plazca: dadme la gracia de amar y de<br />

cumplir perfectamente vuestra santísima voluntad, no os pido<br />

otra cosa.»<br />

2º.- En la desolación espiritual es preciso resignarse. «No<br />

pretendo yo que dejemos de experimentar alguna pena al<br />

vernos privados de la presencia sensible de nuestro Dios,<br />

pues es imposible no quejarse ni resentirse de pena tan<br />

amarga, cuando el mismo Salvador se lamentó en la cruz.»<br />

Mas es necesario imitar su amorosa resignación y la de los<br />

santos. «Estos, por lo regular, han vivido en las arideces y no<br />

en las consolaciones sensibles; lo que toda su vida han<br />

procurado, no ha sido el fervor sensible en el gozo, sino el<br />

fervor espiritual en las penas.» ¿Os encontráis en la aridez?,<br />

sed constantes y no descuidéis de ningún modo vuestros<br />

ejercicios ordinarios, especialmente la oración mental. No<br />

imitéis a las almas poco sobrenaturales que, renunciando a su<br />

piadosa empresa, mitigan sus austeridades, cesan de refrenar<br />

sus sentidos y pierden los frutos de sus anteriores trabajos.<br />

¿Os parece que las arideces son el castigo de vuestras<br />

faltas?, aceptad humildemente este castigo misericordioso y<br />

nada omitáis de lo que pueda hacer desaparecer las causas<br />

de este triste estado, como son, por ejemplo, una afición<br />

natural, vuestro escaso recogimiento, vuestro prurito de verlo<br />

todo. Reconoced que habéis merecido no gustar ya alegría<br />

alguna. Practicad sobre todo la resignación y confiad más que<br />

nunca en la voluntad de Dios, pues entonces, mejor que en<br />

cualquier circunstancia, trátase de haceros amable a vuestro<br />

divino Esposo. Animo, pues, para continuar buscándole. Quizá<br />

no se os presente con sus dulzuras: ¿qué importa, con tal de<br />

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