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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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parte -dice San Alfonso, llamo al tiempo de enfermedades la<br />

piedra de toque de los espíritus; pues entonces es cuando se<br />

descubre lo que vale la virtud del alma. Si soporta esta prueba<br />

sin inquietud, sin deseos, obedeciendo a los médicos y a sus<br />

Superiores, si se mantiene tranquila, resignada en la voluntad<br />

de Dios, es señal de que hay en ella un gran fondo de virtud.<br />

Mas, ¿qué pensar de un enfermo que se queja de los pocos<br />

cuidados que de los otros recibe, de sus sufrimientos que<br />

encuentra insoportables, de la ineficacia de los remedios, de la<br />

ignorancia del médico y que llega a veces hasta murmurar<br />

contra Dios mismo, como si le tratase con demasiada<br />

dureza?»<br />

¿Seremos del número de los sabios, que no abundan, que<br />

no se preocupan ni de la salud ni de la enfermedad, y que<br />

saben sacar de ambas todo el provecho posible? O bien, ¿no<br />

llegaremos a convertir la salud en un escollo y la enfermedad<br />

en causa de ruina? Nada podemos asegurar, pues sólo Dios lo<br />

sabe. Por lo pronto, nada hay mejor que establecerse en una<br />

santa indiferencia y entregarnos al beneplácito divino, sea cual<br />

fuere. Es la condición necesaria, para mantenernos siempre<br />

dispuestos a recibir con amor y confianza lo que la<br />

Providencia tuviera a bien enviarnos, la plenitud de las<br />

fuerzas, la debilidad, la enfermedad o los achaques.<br />

Sin embargo, el abandono no quita sino la preocupación;<br />

no dispensa en manera alguna de las leyes de la prudencia, ni<br />

siquiera excluye un deseo moderado. Nuestra salud puede ser<br />

más o menos necesaria a los que nos rodean, de ella<br />

necesitamos para desempeñar nuestras obligaciones. «No es,<br />

pues, pecado sino virtud -dice San Alfonso tener de la misma<br />

un cuidado razonable, encaminado al mejor servicio de Dios.»<br />

Aquí se han de temer dos escollos: las muchas y las pocas<br />

precauciones. No tenemos derecho a comprometer inútilmente<br />

nuestra salud por excesos o culpables imprudencias. Mas, por<br />

el contrario, añade San Alfonso, «habrá pecado en cuidar de<br />

ella en demasía, visto sobre todo que bajo la influencia del<br />

amor propio se pasa fácilmente de lo necesario a lo<br />

superfluo». Este segundo escollo es mucho más de temer que<br />

el primero, por lo que San Bernardo se muestra enérgico<br />

contra los sobrado celosos discípulos de Epicuro e Hipócrates:<br />

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