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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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la voluntad y no en el sentimiento; por sus obras, pues, y no<br />

por las emociones hemos de apreciarla, así como por sus<br />

frutos juzgamos al árbol. Las emociones son semejantes a la<br />

flor, y constituyen un soberbio atavío de promesas, mas<br />

¡cuántas esperanzas quedarán frustradas! ¡Cuántas ilusiones<br />

se deslizan en la devoción sensible!<br />

Las consolaciones y las arideces, bien santificadas, son un<br />

camino que conduce al fin; pero, sin embargo, no son el único,<br />

ni el principal. En la voluntad de Dios significada es donde<br />

hemos de encontrar nuestros medios fundamentales,<br />

regulares, de todos los días, como anteriormente dejamos<br />

indicado. Las consolaciones y las arideces son medios<br />

accidentales y variables que Dios nos proporciona según su<br />

beneplácito, y son de eficacia real, a veces decisiva, sin que<br />

por esto hayan de hacer olvidar los medios esenciales. De<br />

todo esto se sigue que no conviene dar a las consolaciones y<br />

arideces exagerada importancia; el fin y los medios esenciales<br />

son los que deben merecer nuestra principal atención,<br />

quedando en segundo término las consolaciones y las<br />

arideces.<br />

Otra consideración que no conviene perder de vista, es que<br />

las consolaciones y las arideces constituyen poderoso apoyo<br />

cuando se las sabe santificar, y peligroso escollo cuando en<br />

ellas se conduce mal el alma, fuera de que además fácilmente<br />

se introduce en ellas el abuso.<br />

La devoción sensible, y más que todo las dulzuras<br />

espirituales, son gracias preciosísimas que nos inspiran horror<br />

y disgusto por los goces de la tierra, los cuales constituyen el<br />

cebo del vicio; nos comunican también el deseo y la fuerza de<br />

caminar, de correr, de volar por el sendero de la oración y de<br />

la virtud. La tristeza oprime el corazón, la alegría lo dilata, y<br />

esta dilatación del corazón nos ayuda poderosamente a<br />

mortificar nuestra carne, a reprimir nuestras pasiones, a negar<br />

nuestra voluntad, a soportar las pruebas, haciendo brotar al<br />

mismo tiempo corrientes de generosidad y sentimientos<br />

imperiosos de ascender. En la abundancia de las divinas<br />

dulzuras, las mortificaciones son más bien consolaciones; el<br />

obedecer es un gozo, y apenas oída la primera campanada<br />

está uno ya levantado. No se deja pasar ninguna práctica de<br />

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