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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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le abandonan y, en lo sucesivo, ¡cuántos otros que se<br />

marchan o han de ser eliminados! Dos de ellos llegan al<br />

extremo de confabularse para desacreditarle ante el Soberano<br />

Pontífice y hacer que le expulsase de la Orden. Todos estos<br />

contratiempos eran necesarios para elevar al fundador a la<br />

cumbre de la santidad, y establecer su fundación sobre la roca<br />

firme del Calvario. Mas, como los designios de Dios no se<br />

manifiestan sino con lentitud, no es pequeña prueba para un<br />

sacerdote celoso ver en peligro las almas, o para un Superior<br />

dejar en una mediocridad a aquellas a las que se proponía<br />

conducir a la santidad.<br />

Por dolorosa que sea la falta de éxito, es preciso ver en<br />

ella una permisión de Dios, recibirla con un tranquilo<br />

abandono, y hacerla servir para nuestro progreso espiritual. Es<br />

una de las ocasiones más propicias para abismarnos en la<br />

humildad, desprendernos de la vanagloria y de las<br />

consolaciones humanas, depurar nuestras intenciones y<br />

buscar sólo a Dios en el trato con las almas. Con el Profeta<br />

Rey bendeciremos a la Providencia por habemos humillado,<br />

pues con harta frecuencia el éxito ciega, infla y embriaga;<br />

hace olvidar que las conversiones vienen de Dios y que son<br />

quizá debidas no a nosotros, sino a un alma desconocida que<br />

ruega y se inmola en secreto. La falta de éxito reduce al justo<br />

sentimiento de la realidad, nos recuerda que somos pobres<br />

instrumentos, nos invita a entrar en nosotros mismos; y si<br />

fuere necesario, a corregir nuestros deseos, rectificar nuestros<br />

métodos, renovar nuestro celo e insistir en la oración. Porque<br />

si nuestra negligencia y nuestras faltas han contribuido al mal,<br />

es preciso no sólo borrarlas por la penitencia, sino reparar sus<br />

consecuencias en la medida posible, redoblar el celo, la<br />

oración, el sacrificio.<br />

No debe, sin embargo, esta humilde resignación entibiar<br />

nuestro ardor. Cuando las almas no corresponden a nuestros<br />

cuidados, «lloremos -dice San Francisco de Sales-,<br />

suspiremos, oremos por ellas con el dulce Jesús, que después<br />

de haber derramado lágrimas abundantes durante toda su<br />

vida por los pecadores, murió por fin con los ojos anublados<br />

por el llanto y el cuerpo empapado todo en sangre».<br />

Condenado, vendido, abandonado, hubiera podido conservar<br />

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