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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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miserias, debilidades y pequeñas faltas. ¿Cuál será el<br />

remedio? Indudablemente que la mortificación cristiana, a la<br />

que hemos de entregarnos de lleno, y proseguir y perseverar<br />

en ella sin tregua ni descanso. Pero unas veces nos faltará la<br />

luz, otras decaerá el ánimo; mas nunca podremos cantar<br />

victoria definitiva sobre ese enemigo casi imperceptible y que<br />

forma parte de nosotros mismos, si Dios por la acción de su<br />

Providencia no nos alarga la mano poderosa de su gracia.<br />

De dos maneras nos la puede alargar: mediante las<br />

dulzuras, o los santos rigores. Cuando un alma comienza a<br />

entregarse a El, cólmala de consuelos sensibles para atraerla,<br />

para alejarla de los placeres terrenales; y así engolosinada,<br />

despégase ella poco a poco de las criaturas y se une a Dios,<br />

si bien de manera defectuosa, pues es vicio general de las<br />

almas todavía imperfectas buscar su satisfacción casi en todo<br />

cuanto hacen. Y precisamente las dulzuras constituyen el plato<br />

más delicado tanto para el orgullo como para la gula espiritual.<br />

Por medio de miras imperceptibles de complacencia, se<br />

apropia los dones de Dios, y uno se siente satisfecho en tal o<br />

cual estado; y en lugar de bendecir a la infinita misericordia, se<br />

atribuye a sí el mérito de lo que hace, por lo menos en el<br />

interior de su corazón. Conveniente será, pues, dar el golpe de<br />

gracia al amor propio, que Dios nos someta a los recios golpes<br />

de las pruebas interiores, que aunque dolorosas serán<br />

decisivas.<br />

Por este medio, Dios nos humilla y nos instruye. Celoso de<br />

conservar su gloria y de asegurarla contra estos secretos<br />

latrocinios del corazón, nos oculta la mayor parte de sus<br />

gracias y favores. Sólo dos excepciones hemos de poner en<br />

esta regla: primero, los principiantes que tienen necesidad de<br />

ser atraídos y ganados por medio de estos dones sensibles y<br />

conocidos; y segundo, los grandes santos, que a fuerza de<br />

haber sido purificados del amor propio con mil pruebas<br />

interiores, pueden reconocer en sí las gracias de Dios sin la<br />

menor mirada de propia complacencia. En general, también<br />

oculta a las almas los favores de que las coima, de modo que<br />

no vean ni su humildad, ni su paciencia, ni sus progresos, ni<br />

su amor a Dios. De ahí que algunas veces no puedan menos<br />

de llorar por la presunta ausencia de estas virtudes y su falta<br />

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