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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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que El es el dueño de los acontecimientos. Y ¿cómo no verlo?<br />

Los hombres que han desencadenado la tempestad no saben<br />

ni dirigirla ni ponerse a cubierto de ella, mas Dios,<br />

reservándose el hacer justicia a su tiempo, utilizará la<br />

previsión de unos y la imprevisión de otros, las máquinas<br />

perfeccionadas y los planes hábilmente concebidos, el valor y<br />

las acciones brillantes, las faltas, la malicia y aun el crimen.<br />

Todo le sirve para pasear su azote sobre las naciones, las<br />

familias y los individuos. Pero no lo hará sino en la medida útil<br />

a sus fines. Caiga el hombre de rodillas, que El gustoso se<br />

apaciguará; mas si las buenas impresiones de los primeros<br />

días se disipan, si los ojos se obstinan en permanecer<br />

cerrados y los corazones sin arrepentirse, ¿habrá derecho a<br />

extrañar que la guerra se prolongue y surjan quizá otros<br />

nuevos azotes? ¿Sería preferible que, siguiendo un funesto<br />

olvido de las leyes divinas, las naciones continúen<br />

descendiendo al abismo y las almas al infierno?<br />

Y ¿cómo explicar semejante severidad en un Dios tan<br />

bueno? Para extrañarse, preciso es no haber comprendido los<br />

desconocidos derechos de Dios, su amor despreciado, la<br />

multitud de sus gracias y los excesos de nuestra malicia, las<br />

alegrías de la eternidad feliz o los tormentos de un infierno sin<br />

fin. Precisamente porque es infinitamente bueno, es por lo que<br />

Nuestro Padre celestial nos ama sin debilidades y tal como lo<br />

exige nuestra eternidad. Todas las prosperidades del mundo<br />

serán el peor de los azotes, si adormecen a las almas en el<br />

descuido y en el olvido, y su despertar se verificará en el fondo<br />

del abismo. Por el contrario, las más espantosas calamidades,<br />

aun cuando durasen años enteros, nada son al lado de un<br />

infierno eterno, pues hasta son gran misericordia de parte de<br />

Dios, y para nosotros dichosa fortuna si podemos a este<br />

precio desarmar la justicia divina, evitar el infierno y recobrar<br />

nuestros derechos al Cielo. Tal es el designio de Nuestro<br />

Padre celestial. No le gusta castigar, pero si a ello le<br />

constreñimos por el olvido de nuestros deberes y de nuestros<br />

verdaderos intereses, nuestra es la falta. Si manifestamos<br />

insubordinación cuando nos corrige, nuestra falta es mucho<br />

mayor. Después de todo, Dios no se apresura a castigar, y<br />

para no verse precisado a hacerlo, amenaza largo tiempo,<br />

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