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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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y sean cualesquiera los azotes que nos hieran, persuadirnos<br />

bien de que la Providencia, infinitamente sabia y paternal, no<br />

se determinaría a enviarlos ni a permitirlos, si no fueran en sus<br />

manos los instrumentos de renovación y de salvación para los<br />

pueblos o para las almas. «Así es como ella conduce al cielo<br />

por el camino del sufrimiento a una multitud de personas que<br />

se perderían siguiendo otra dirección. ¡Cuántos pecadores,<br />

llamados a Dios por el duro camino de la aflicción, renuncian a<br />

sus antiguas iniquidades y mueren en los sentimientos de un<br />

verdadero arrepentimiento! ¡Cuántos cristianos ocuparán un<br />

día un puesto glorioso en el cielo, que sin esta saludable<br />

prueba, hubieran gemido eternamente en las llamas del<br />

infierno! Lo que nosotros llamamos calamidad y castigo es<br />

frecuentemente una gracia de primer orden, una prueba<br />

brillante de misericordia. Acostumbrémonos a no considerar<br />

las cosas sino desde estos magníficos puntos de vista de la<br />

Fe, y nada de lo que sucede en este mundo nos<br />

escandalizará, nada alterará la paz de nuestra alma y su<br />

confiada sumisión a la Providencia. Mas entremos en algunos<br />

pormenores, comenzando por las desgracias públicas.<br />

I. Es fácil ver la mano de la Providencia en la peste, el<br />

hambre, las inundaciones, la tempestad y demás calamidades<br />

de este género, porque los elementos insensibles obedecen a<br />

su autoridad sin resistirla jamás. Pero, ¿cómo verla en la<br />

persecución con su malignidad satánica, o en la guerra con<br />

sus furores? Y allí está, sin embargo, como dejamos ya dicho.<br />

Por encima de los hombres buenos y malos, y hasta más allá<br />

de los satélites del infierno, está el Arbitro supremo, la Causa<br />

primera que los mueve quizá sin ellos saberlo, y sin la cual<br />

nada puede hacerse. La política de los príncipes, las órdenes<br />

de los jefes, la obediencia de los soldados, los proyectos<br />

tenebrosos de los perseguidores, su ejecución por los<br />

subalternos, las ruinas y el sufrimiento que de esto ha de<br />

resultar, todo ha sido previsto hasta el menor detalle; todo ha<br />

sido combinado y decretado en los consejos de la Providencia,<br />

formándose de esta suerte una extraña colaboración de la<br />

malicia del hombre y de la santidad de Dios. El, infinitamente<br />

santo, no puede dejar de odiar el mal, y si lo tolera, es por no<br />

quitar a los hombres el libre uso de su libertad. Mas su justicia<br />

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