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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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y no hay otro; yo soy el que formó la luz y creó las tinieblas,<br />

que hago la paz y creo los males». «Yo soy, había dicho antes<br />

por Moisés, yo soy quien hace morir y quien hace vivir, el que<br />

hiere y el que sane» «El Señor quita y da la vida, se dice<br />

también en el cántico de Ana, madre de Samuel; conduce a la<br />

tumba y saca de ella; el Señor hace al pobre y al rico, abate y<br />

levanta». ¿Sucederá algún mal -dice Amós- que no venga del<br />

Señor?». «Los bienes y los males, asegura el Sabio, la vida y<br />

la muerte, la pobreza y las riquezas vienen de Dios»<br />

Yo, podrá decir alguno, admito esto en cuanto a la<br />

enfermedad y a la muerte, al frío y al calor y mil parecidos<br />

accidentes producidos por causas desprovistas de libertad,<br />

pues estas causas obedecen siempre a Dios. El hombre, por<br />

el contrario, le resiste; cuando alguien habla mal de mí, me<br />

arrebata los bienes, me hiere, me persigue, ¿cómo podré yo<br />

ver en ese mal proceder la mano de Dios, puesto que, muy<br />

lejos de aprobarlo, lo prohíbe? No puedo, pues, atribuirlo sino<br />

a voluntad del hombre, a su ignorancia o a su malicia. En vano<br />

se atrincheran tras este razonamiento para no abandonarse a<br />

la Providencia, ya que Dios mismo se ha explicado acerca del<br />

particular y hemos de creer, fiados de su palabra infalible, que<br />

El obra en esta clase de acontecimientos no menos que en los<br />

otros; nada sucede en ellos sino por su voluntad.<br />

Cuando quiere castigar a los culpables, escoge los<br />

instrumentos que bien le parece, los hombres o los demonios.<br />

Peca David, y en la casa del príncipe y entre sus hijos es<br />

donde Dios suscitará los instrumentos de su justicia. Cada vez<br />

que los israelitas se endurecían en el mal, el Señor les<br />

manifestaba que había escogido a los pueblos vecinos, ya al<br />

uno, ya al otro, para reducirlos al deber mediante un terrible<br />

castigo. Asur, en particular, será la vara del furor divino y su<br />

mano el instrumento de la indignación de Dios. Nuestro Señor<br />

predice la destrucción de Jerusalén deicida e impenitente: Tito<br />

será indudablemente el brazo de Dios para derribarla de arriba<br />

abajo y no dejar en ella piedra sobre piedra. Más tarde, Atila<br />

podrá llamarse con razón el azote de Dios. Saúl peca con<br />

obstinación, el Espíritu de Dios se retira de él y un espíritu<br />

malo, enviado por el Señor, le domina y agita.<br />

Para probar a los justos y a los santos, Dios emplea la<br />

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