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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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hablamos, tan miserable en apariencia y poco a propósito para<br />

inspirar confianza. Se necesita entonces una superabundancia<br />

de fe, de confianza y de amor, para decir a Dios a pesar de<br />

nuestros gritos de alarma: Vuestra justicia y vuestra santidad<br />

me espantan; pero conozco la infinita bondad de vuestro<br />

corazón, vuestra paciencia incansable, vuestra misericordia<br />

por mí tantas veces experimentada, y como mi alma y sus<br />

destinos eternos es lo que más amo en este mundo, a vos<br />

sólo los confío, porque en vuestras manos estarán mil veces<br />

más seguros que en las mías, pues nada temo tanto como mi<br />

debilidad. ¡ Cuánto ha de mover a Dios esta confianza filial!<br />

Jamás abandono alguno le proporcionó mayor honor ni mayor<br />

gozo; jamás, por otra parte, estuvo más justificado. ¿No han<br />

de permanecer inconmovibles los verdaderos fundamentos de<br />

nuestra esperanza en medio de estas tempestades? Todos<br />

estriban en sólo Dios; son su bondad, su poder, sus promesas,<br />

los méritos de nuestro Señor. La santidad de nuestras obras<br />

no constituye el motivo de nuestra confianza, sino solamente<br />

la condición requerida; y esta condición jamás tuvo más<br />

exacto cumplimiento. Porque estas terribles pruebas, estas<br />

miradas penetrantes han purificado nuestra alma y la han<br />

hecho crecer en humildad en la medida en que se ha prestado<br />

a la acción divina. En realidad de verdad, la falta de confianza<br />

y el desaliento que inspira, son el gran obstáculo a los<br />

designios de Dios, y hasta constituye el único peligro, mas un<br />

peligro formidable, pues pudiera precipitarnos en el abismo de<br />

la desesperación, o al menos conducirnos a la pusilanimidad.<br />

La confianza y el abandono, por el contrario, ciegan esta<br />

fuente emponzoñada del temor, de la turbación, de la<br />

inquietud y del abatimiento; y por lo mismo que unen<br />

santamente al beneplácito divino, nos conservan la paz del<br />

alma, la calma del espíritu; dulcifican la prueba y la hacen<br />

producir una exuberante cosecha de las más bellas virtudes.<br />

Sean cualesquiera la amargura y la duración de estas<br />

penas, de tal suerte hemos de obrar, que nos purifiquen más y<br />

más y nos sumerjan en la humildad; para conseguirlo,<br />

velaremos con particular cuidado a fin de conservarnos<br />

constantes en la confianza y en el abandono, cuando el Señor<br />

derrame en nosotros estos piadosos sentimientos, o cuando<br />

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