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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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Pues, ¿cómo estaban siempre en un mismo ser, con un<br />

mismo semblante, con una serenidad y alegría interior y<br />

exterior que siempre parece que era pascua para ellos? La<br />

causa de esto era lo que vamos diciendo, porque habían<br />

llegado a tener una conformidad entera con la voluntad de<br />

Dios y puesto todo su gozo en el cumplimiento de ella: y así<br />

todo se les convertía en contento. El trabajo, la tentación y la<br />

mortificación, todo se les convertía en gozo, porque entendían<br />

que aquella era la voluntad de Dios, la cual era todo su<br />

contento.» Eran ingeniosos en hallar mil santas razones para<br />

justificar a Dios hasta en sus rigores, y para animarse a una<br />

confiada y alegre sumisión.<br />

Escuchemos al santo Cura de Ars: «La cruz es quien ha<br />

dado la paz al mundo, es ella quien ha de traerla a nuestros<br />

corazones. Todas nuestras miserias vienen de que no la<br />

amamos. El temor de las cruces es quien las aumenta. Una<br />

cruz llevada sencillamente no es ya un sufrimiento. Nada nos<br />

hace tan parecidos a Nuestro Señor como llevar su cruz, y<br />

todas las penas son dulces cuando se sufren en unión con El.<br />

¡Yo no comprendo cómo un cristiano puede odiar la cruz, y<br />

sacudirla de sus hombros! ¿No es esto lo mismo que huir de<br />

Aquel que ha querido ser clavado en ella y en ella morir por<br />

nosotros? Las contradicciones nos ponen al pie de la cruz, y la<br />

cruz, a la puerta del cielo. Para llegar, es preciso que seamos<br />

pisoteados, vilipendiados, despreciados, triturados. ¡Sufrir!<br />

¿Qué importa? Es cuestión de un momento. Si nos fuere dado<br />

poder pasar ocho días en el cielo, comprenderíamos, sin<br />

duda, el precio de este minuto de sufrimiento, no hallaríamos<br />

cruz bastante pesada, ni prueba suficientemente amarga. La<br />

cruz es el don que Dios hace a sus amigos. Es necesario pedir<br />

el amor de las cruces y entonces éstas se nos tomarán dulces.<br />

He hecho la experiencia durante cuatro o cinco años. He sido<br />

calumniado, contradecido, atropellado. ¡Vaya si tenía cruces!<br />

¡Casi eran más de las que podía llevar! Púseme a pedir el<br />

amor de las cruces, me sentí feliz y me dije: ¡Verdaderamente<br />

aquí está la dicha! Jamás se ha de mirar de dónde vienen las<br />

cruces, pues vienen de Dios y es siempre Dios quien nos da<br />

este medio de probarle nuestro amor. ¡Cuán felices nos<br />

consideraremos en el día del juicio por nuestras desdichas,<br />

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