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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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su vida y dejarnos en la obstinación, pero nos amó hasta el fin,<br />

mostrando así que la verdadera caridad no se desanima,<br />

segura como está de que ha de triunfar al fin de la más<br />

obstinada resistencia; lo espera todo, porque espera en Dios<br />

que todo lo puede. Si la misericordia se estrella ante Judas,<br />

ha, sin embargo, santificado a la Magdalena, a San Pedro, a<br />

San Agustín, a todos los santos penitentes. La humildad, que<br />

nos revela nuestras miserias y nuestras faltas, nos muestra<br />

con evidencia las dificultades de la virtud y nos inspira<br />

profunda compasión hacia las almas aún débiles. «¿Qué<br />

sabemos -añade el dulce Obispo de Ginebra- si el pecador<br />

hará penitencia y conseguirá la salvación? En tanto<br />

conservemos la esperanza (y mientras hay vida, hay<br />

esperanza), jamás hemos de rechazarle, sino más bien orar<br />

por él, y le ayudaremos en cuanto su desdicha lo permita.»<br />

Después de todo, si las almas defraudan nuestras<br />

esperanzas, como nosotros nada hayamos escatimado, para<br />

su bien, no hemos de responder de su pérdida, pues hemos<br />

cumplido con el deber, hemos glorificado a Dios y regocijado<br />

su misericordioso corazón en lo que a nosotros se refiere. En<br />

estas condiciones, el sentimiento de nuestra insuficiencia o de<br />

nuestras responsabilidades nada tienen que inquietarnos.<br />

Asimismo lo asegura Nuestro Padre San Bernardo en su carta<br />

al beato Balduino, su discípulo: Se os pedirá -le dice- «lo que<br />

tenéis y no lo que no tenéis. Estad preparados para responder,<br />

pero sólo del talento que os ha sido confiado, y en cuanto a lo<br />

demás estad tranquilo. Dad mucho, si mucho habéis recibido,<br />

y poco, si poco es lo que tenéis... Dad todo, porque se os<br />

pedirá todo hasta el último óbolo; pero por supuesto, lo que<br />

tenéis y no lo que no tenéis».<br />

«Mas, en último recurso, después que hayamos llorado<br />

sobre los obstinados y hayamos cumplido para con ellos los<br />

deberes de la caridad, a fin de conseguir, si fuera posible,<br />

apartarlos de la perdición, debemos imitar a Nuestro Señor y a<br />

los Apóstoles; es decir, desviar de ellos nuestro espíritu y<br />

volverle a otros objetos, a otras preocupaciones más útiles<br />

para la gloria de Dios. Porque mal podremos entretenemos en<br />

llorar demasiado a unos, sin que se pierda el tiempo propio y<br />

necesario para la salvación de los otros. Por lo demás, es<br />

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