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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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uno de nosotros, sólo es buena aquella en que Dios nos<br />

quiere poner.<br />

¿La enfermedad me impide ayunar, guardar la abstinencia,<br />

tomar parte en el Oficio Divino?, no importa. Puedo cantar las<br />

alabanzas divinas en mi corazón, imponer una severa<br />

abstinencia a mi juicio y a mi voluntad, hacer ayunar a mis<br />

ojos, a mi lengua, a mi corazón, a todos mis sentidos por una<br />

mortificación más exacta. Lo que hubiera ganado cumpliendo<br />

mis deberes en la salud, lo compensaré cumpliendo fielmente<br />

los que me impone mi enfermedad, como la paciencia, el<br />

desprendimiento, la obediencia y el Santo Abandono.<br />

Una obediencia o cualquiera otra causa semejante que me<br />

priva de ciertas regularidades comunes, de algunas prácticas<br />

privadas, es una pérdida que puedo siempre reparar,<br />

cumpliendo por de pronto con gran resolución los deberes de<br />

mi nueva situación; después, «aplicándome a redoblar, no mis<br />

deseos ni mis ejercicios, sino la perfección de hacerlos,<br />

esforzándome así para ganar más con un solo acto (como, sin<br />

duda, lo puedo conseguir), que con cien otros que pudiera<br />

realizar por mi propia elección y gusto».<br />

Después de todo, el único medio para crecer en virtud, ¿no<br />

es dejar nuestra voluntad para seguir la de Dios? Desde el<br />

momento que somos celosos por nuestras obligaciones de<br />

cristianos, por las observancias regulares y nuestras prácticas<br />

privadas, y no abandonamos ni unas ni otras sino por el divino<br />

beneplácito y no por falta nuestra, ¿por qué inquietamos? Dios<br />

es el que lo hace todo; y para compensar la pérdida hay mil<br />

medios, de los que el principal es precisamente nuestro celo<br />

en renunciar nuestra voluntad para seguir la suya, hasta en las<br />

cosas que nos parecen más justas y más santas.<br />

4º.- Nuestra vida está consagrada a la contemplación por<br />

los ejercicios de piedad que son como el alimento de nuestra<br />

alma, y he aquí que una obediencia, un aumento de trabajo, la<br />

enfermedad sobre todo, vienen a romper la cadena de<br />

nuestras prácticas piadosas. Ya no podéis oír Misa ni siquiera<br />

el domingo, y estáis privado del alimento sagrado de la<br />

Comunión, y pronto quizá, vuestro estado de debilidad os hará<br />

incapaz de orar. No os quejéis; que Nuestro Señor os quiere<br />

hacer participar de su mismo alimento, que quizá no conocéis.<br />

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