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EL SANTO ABANDONO - AMOR DE LA VERDAD

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no perder el beneficio de tanta cruz, tiene sin cesar presente a<br />

Dios y a su eternidad; observa generosamente lo que puede<br />

de su Regla, compensando lo que le es imposible con la<br />

abnegación, la humildad y el Santo Abandono. Sin él pensarlo,<br />

este enfermo edifica, es una bendición para cuantos le rodean.<br />

Mas en definitiva, es la voluntad divina y no la suya la que<br />

pone sobre sus espaldas la cruz de un mal pasajero o de<br />

prolongadas enfermedades. De éstas, es él quien lleva la<br />

parte más pesada, quedando algo también para el enfermero,<br />

el superior y la Comunidad. ¿Y no tiene Dios derecho a<br />

servirse de nosotros como de otro cualquiera para pedir un<br />

sacrificio a nuestros hermanos, e imponerles un deber? Los<br />

que nos cuidan sabrán, con la gracia de Dios, abandonarse<br />

como nosotros a la Providencia, y llenar para con nosotros las<br />

obligaciones que Ella les señale. Nuestra misión es aceptar<br />

pacientemente la humillación y sentir que somos una carga; lo<br />

es también aligerar la de nuestros hermanos con nuestro<br />

espíritu verdaderamente religioso. Deber nuestro es imitar a<br />

aquella religiosa que no pudiendo explicar su enfermedad,<br />

sufría al ver que no era útil, pero aceptaba con humildad el<br />

beneplácito de Dios y se consolaba pensando que le<br />

quedaban tres grandes medios de hacer el bien: la oración, el<br />

ejemplo y el perfecto cumplimiento de sus Reglas. Un buen<br />

enfermo no es inútil sino en apariencia; en realidad puede él<br />

hacerse de gran valor si quiere, porque lo que sobre todo<br />

aprovecha a la Comunidad, no son los brazos para los<br />

trabajos pesados, ni la inteligencia para los empleos elevados;<br />

es la virtud, son las almas santamente ávidas de progresar en<br />

la santidad y perfección, verdaderos contemplativos y<br />

verdaderos penitentes; de nosotros depende ser así, con la<br />

divina gracia, en la enfermedad como en la salud, aunque por<br />

medios diferentes. Dios estará satisfecho, y la Comunidad no<br />

podrá menos de estarlo; y si alguno que otro, a pesar de<br />

nuestra buena voluntad, nos juzga con algo de severidad, no<br />

habrá desedificación ninguna por nuestra parte; sólo nos resta<br />

recibir humildemente la prueba de no ser comprendidos hasta<br />

el día en que Dios nos justifique.<br />

Nuestro austero San Bernardo era de naturaleza<br />

extremadamente tierna y delicada; escuchó más a su<br />

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