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Identidades a flor de piel

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halshs-00291675, version 1 - 28 Jun 2008<br />

lógica <strong>de</strong> la asimilación y la ―invisibilidad‖ <strong>de</strong> las poblaciones ―negras‖; el segundo, el<br />

multiculturalismo, tal como se ha <strong>de</strong>sarrollado a partir <strong>de</strong> 1991. Finalmente, ambos<br />

personajes muestran cómo la ciudad tien<strong>de</strong> a pensarse exclusivamente en blanco y negro,<br />

antes que en términos <strong>de</strong> mestizaje. Al hacer hoy una presentación <strong>de</strong> la época colonial,<br />

momento fundador en el proceso <strong>de</strong> <strong>de</strong>finición <strong>de</strong>l otro y en la emergencia <strong>de</strong> las<br />

categorías raciales, es revelador que no se conserven las nociones antagónicas <strong>de</strong> la<br />

interacción. Es como si el ―negro‖ sólo existiera en la mirada <strong>de</strong>l ―blanco‖ o en la<br />

construcción <strong>de</strong> la perfecta alteridad, quedando <strong>de</strong>scartado cualquier punto intermedio.<br />

A la entrada <strong>de</strong>l monasterio <strong>de</strong> San Pedro Claver –ubicado en el corazón <strong>de</strong> la Ciudad<br />

Histórica y ahora convertido en museo– se pue<strong>de</strong> leer el siguiente texto:<br />

―La visita a este lugar <strong>de</strong>be tener un profundo sentido espiritual, ya que<br />

estamos ante el ejemplo <strong>de</strong> un hombre extraordinario, quien con su trabajo<br />

a favor <strong>de</strong> los más pobres y explotados, santificó el territorio <strong>de</strong><br />

Colombia‖.<br />

Aquí el esclavo <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser visible, excepto en la mirada <strong>de</strong> aquel que llega a rescatarlo, y<br />

es así como la alteridad termina absorbida por una gesta asimilacionista –primero católica<br />

y <strong>de</strong>spués republicana–. No suce<strong>de</strong> igual con el ―negro‖ que, bajo la forma <strong>de</strong>l cimarrón,<br />

produce temor: objeto <strong>de</strong> una legislación represiva, perseguido en las montañas, está<br />

siempre presente en los relatos sobre la ciudad (Escalante, 1964; Gutiérrez Azopardo,<br />

1980; Castillo Mathieu, 1980; Palacio Preciado, 1988; Jaramillo Uribe, 1994; Navarrete,<br />

1995a, 1995b). Esto se explica porque el cimarrón encarna la ―alteridad perfecta‖, y es<br />

visto como un otro distante y extraño; su <strong>de</strong>saparición, simultánea al advenimiento <strong>de</strong> la<br />

República y a la abolición <strong>de</strong> la esclavitud, en lugar <strong>de</strong> borrarlo <strong>de</strong> la memoria colectiva,<br />

lo transformará en una referencia omnipresente, en un símbolo <strong>de</strong> fácil movilidad. No es<br />

el caso <strong>de</strong>l ―negro‖ urbano, más amenazador –si se quiere– pues se adapta mejor a la<br />

lógica <strong>de</strong>l mestizaje, cercano y distante a la vez, semejante y diferente.<br />

A<strong>de</strong>más <strong>de</strong> Pedro Claver y Benkos Biohó encontramos un tercer personaje en la historia<br />

<strong>de</strong> Cartagena: aunque en la historia oficial no se reconoce su importancia, Pedro Romero<br />

fue uno <strong>de</strong> los principales actores en los acontecimientos <strong>de</strong>l 11 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1811,<br />

don<strong>de</strong> se <strong>de</strong>sempeñó como jefe <strong>de</strong>l Régimen <strong>de</strong> Pardos. En la versión <strong>de</strong> la<br />

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