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Reloj de Sol
de relleno de los periódicos, a veces teñidas de una mezquina
indiferencia que sólo una conciencia sin temor, sin ambigüedades,
una conciencia retadora — como todo arte auténtico debe
reflejar — nos golpea y nos sacude hasta sentir que hay algo
que hacer con todas las malas horas de nuestros países irredentos…
“La Mala Hora” nos habla también de los pasquines en las
paredes de las calles de los pueblos y también de la maledicencia.
Nos habla de la difamación y de la mentira, del infundio;
nos habla de la corruptela de dejar una frase intencionada sin
acabar para sembrar la sospecha sobre una honra arrastrada
por el lodo… para deprimir, para informar…
Nos habla también de la mezquindad, de la envidia, de toda
la inconsecuencia — reptante — de los que no pudiendo hacer
un nombre limpio, honesto, íntegro, recurren al infundio para
colocar a sus semejantes — y si pudieran a la humanidad como
un todo — — en su rasante invalidez de impugnadores de
valores a los que no pueden alcanzar por incapacidad, insuficiencia,
por apatía, por ignorancia, o simplemente por desesperación
o frustración… que de todos esos ingredientes tiene y de
ellos medra la maledicencia…
Quisiéramos pedirle al insigne Gabriel que nos autorice a
hacer una edición de bolsillo, barata, ultra económica, por una
vez, siquiera, para lanzar la alarma de la mala hora — de la escrita
por él — y de la que nos cabe tratar de enfrentar como un
reto por lo que pueda tener de vigencia en nuestro ambiente y
al mismo tiempo con la esperanza de ayudar a combatirla junto
a quienes tengan el valor de reconocer los males que padecemos
y la voluntad de querer superarlos.
En “La Mala Hora” aparece también el crimen real — no
figurado- perpetrado en una hora infamante en el recinto de lo
que debería ser amparo de la ley: el recinto de la fuerza pública.
Enarbolando la mala hora de un pequeño pueblo colombiano
García Márquez nos revela el negativo de otras estampas tan
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