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Después del discurso presidencial
(Alea jacta est)
E l miércoles 27 de abril, poco después de estallar la primavera
en nuestro hemisferio norte, se presentó el presidente
Reagan ante una sesión conjunta del congreso de su país para
exponer allí criterios de corte tan singular como arriesgado
cuando usando sus propias palabras nos deja saber — urbi et
orbi — que Nicaragua es hoy una amenaza para la seguridad de
la gran nación que él gobierna.
Basta constatar los 9 millones 363 mil kilómetros cuadrados
y los 250 millones de habitantes de los EE.UU. con los 148 mil
kilómetros cuadrados y los 2 millones 750 mil habitantes que
pueblan el pequeño Estado de Nicaragua para darse cuenta de
que la desproporción entre la extensión territorial y el número
de habitantes de ambas naciones no permite la menor duda en
cuanto a la afi rmación de que la pequeña nación centroamericana
puede constituir una amenaza real o supuesta para el
poderoso país del norte.
Un argumento tan desmesurado nos recuerda sin mayores
esfuerzos a aquel otro que sirvió de base para desatar la segunda
guerra mundial: la necesidad del espacio vital, con lo que la
anexión de territorios vecinos de otras nacionalidades quedaba
sancionada porque eran esenciales para el desenvolvimiento
adecuado de los intereses nazistas de la Alemania de Hitler.
Que tales argumentos sirvieran para benefi ciar al agresor
pero a expensas de sus vecinos, nadie puede dudarlo porque
pronto derivaron a ser hechos históricos.
Alarma, sin embargo, el paralelismo que guardan ciertos
planteamientos que desbordan su marco de referencia real tanto
hoy como ayer y que pueden ser los sofi smas de los que sue-
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