Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Atravesando septiembre por la Quinta
Avenida
C orría la tarde mientras el automóvil, guiado por mano
experta, se deslizaba veloz sobre el pavimento de una de
las avenidas más bellas del mundo. El prestigio de las palmeras
bordeando el paseo central, los canteros y arriates, la bien cuidada
armonía de sus arbustos, sus bancos de mármol, su torre
del reloj, su Copa — copia de proporciones gigantes de una crátera
griega — , los parques y mansiones que la fl anquean, todo,
contribuye a prestarle — a lo largo de varios kilómetros — una
verdeante y maravillosa opulencia.
El paisaje a la vista se multiplicaba con el eco del recuerdo.
No obstante, en una que otra esquina, el eco se interrumpía, o
no correspondía o no coincidía con el paisaje vivo. Tal como
una melodía en curso de una ejecución impecable queda interrumpida
por una disonancia.
Septiembre como mes de transición hacia un casi otoño de
calendario, transmitía — a coletazos — los rigores del verano
y entre éstos y las ocasionales disonancias contribuyeron a inquietarme
con un cuestionamiento súbito tanto como elusivo…
¿Qué cosa es el paisaje?, me dije.
¿Es algo concreto, fruto, como en este caso, del urbanismo
más depurado? ¿Es algo preciso, objetivo? ¿O es más bien el
caprichoso refl ejo — el eco — de un subjetivismo cambiante?
Para quienes vivimos la experiencia del bautismo en La Habana,
la Quinta Avenida era una experiencia común, casi rutinaria,
que no obstante su belleza no estaba exenta del tráfi co
de las temibles “perseguidoras”, vehículos destinados supuestamente
a la preservación del orden pero que eran en realidad
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