Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Carmen Quidiello de Bosch
se deslizan amables no únicamente por la material lucha del
sobrevivir, por la afortunada coincidencia de unos números en
la lotería o, si siquiera, por la condecoración de quien sabe y
puede darla, si no, mucho mejor aún, por el respeto a nuestros
principios, por la satisfacción interna que provoca el bien, y,
¡qué delicia!, por la tranquilidad impoluta de la conciencia a la
hora de acostarse.
De esto se trata, ni más ni menos.
Entonces, uno sueña; sí, otra vez lo hace. ¿Cómo no vamos
a saber de cual manera se mueve uno en el orbe de las ilusiones?...
En horas de dictadura idealizamos un concepto cuando ni
siquiera conocíamos lo que esperábamos (sabíamos qué deseábamos;
pero no cómo era aquello), luego, en las luchas, demasiado
prolongadas, sin duda, fantaseamos con lo que habíamos
imaginado (que no era ciertamente lo que vivíamos) bañados
en sudores, escalofríos y en lágrimas; y luego, cuando nos decíamos
agotados (es el cuerpo quien lo dice), hasta ahora, hasta
en el momento en que presiono estas teclas, seguimos fieles a
una fantasía que se niega a dejarnos descansar.
¡Sí, conocemos lo que es eso! Y lo inventamos de nuevo,
aplicando nuestras esperanzas a un segmento preciso de nuestro
ideal: “la educación”, esa enseñanza que debe surgir de la
familia y sazonar el aprendizaje formal; esa que debería ser alimentada
por aquellos que señorean la información: una televisión
que, al menos, no destruya; una radio que pueda conducir
a sanos derroteros; y…
A esto queríamos llegar; un periodismo, diario y permanente,
que en cierta forma sirviera como extensión de la protección
paterna; y del hogar de la escuela, y del recreo que nos
llega a través de los diales y las pantallas de la televisión o de la
computadora.
¡Un texto con la altura y corrección de “Reloj de Sol” debería
ser materia de educación para los comunicadores de
20