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Carmen Quidiello de Bosch
vierte en intérprete y en creadora al mismo tiempo.
Con ella no habrá compasión. Ella no tendrá nunca compasión
para sí misma. Desconoce la debilidad y conoce la
entrega a su arte.
Un día el profesor, la profesora, observa que este petite
danzeuse, allá en sus inicios, se desprende del coro — aunque
lo siga — ; trasciende lo aprendido — sin olvidarlo — con un
gesto – tal vez con una cadencia que rubrica su danza-, y se
incorpora a la danza, e incorpora la danza a sí misma y de ella
surge con toda su capacidad de creación personal e individual.
Desde ese momento se escribe en el círculo mágico de las elegidas.
Pasa a ser — es un ejemplo — una de las integrantes
del gran pas de Quatre o figura destacada en otras de las obras
consagradoras. En veces, por un golpe de suerte tocará sustituir
a algunas de las bailarinas principales del elenco. La anécdota
personal, el trámite donde se inscribe el momento de eclosión
incuestionable del arte de la danzarina a partir de sí misma no
será demasiado distinta en unos casos u otros. De ahí en adelante
nada la detendrá hasta encontrar su dimensión expresiva
total por lo versátil y por el dominio absoluto que tenga de todo
el repertorio (romántico) dentro (el ballet tradicional clásico).
Inclusive su vida personal es apenas un aditamento — que
toca de manera tangencial — a su vida profesional, que es donde
se halla su centro gravitacional emocional, vital. Nadie hable
— ni ella escucharía — en ese mundo excluyente de conceptos
gastados y manoseados en otros ámbitos: e derecho a la felicidad,
a la tranquilidad, al bienestar.
¿Por qué?
Porque ella ha cumplido con cada uno de los requisitos
para convertirse — para ser — a más una voluntad danzante,
un depósito de masajes cifrados en un código solamente descifrable
a través de la música y del instrumento único que ella
posee para interpretar esa música: su propio cuerpo. El mensaje
no puede perderse, no deberá perderse. Ese mensaje del
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