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Reloj de Sol
En el curriculum vitae de Sadat como jefe de Estado aparecen
signos contradictorios: por un lado hace una diplomacia
moderna, impetuosa en cuanto a Israel al punto de llegar a tomar
la iniciativa de trasladarse abruptamente a la capital “enemiga”
en un momento dado, lo cual le conferiría un crédito de
hombre capaz de crear su propio estilo y llevarlo a sus últimas
consecuencias…
De otro lado decide entroncar en matrimonio, en la forma
cortesana más tradicional, a su propia hija con el heredero nominal
del trono de Persia, desafiando implícitamente a un gobierno
constituido cuyo signo religioso (Chiita) de algún modo
se sentiría amenazado con esa alianza. Alianza matrimonial,
se entiende, pero que tenía connotaciones políticas audaces y
evidentes ya que el joven contrayente era potencialmente una
opción para ocupar el trono de sus mayores lo cual implicaría
para Sadat ampliar su área de ingerencia proyectándolo eventualmente
como un poder decisivo en la región.
La dote de la hija de Sadat era cuantiosa en el momento de
producirse el enlace, en términos políticos y de respaldo efectivo
de un Estado constituído aunque no basado en conceptos
religiosos específicamente. El aporte del heredero (nominal)
del Sha de Irán también era cuantioso: una fortuna que todavía
no ha sido revelada en números pero que debe ser prácticamente
incalculable. Sadat se manifestaba a la vez ambicioso y
manipulador. Su occidentalización, sin embargo, tal vez nubló
su capacidad para comprender que no podía llevar esa ambición
a un ritmo tan desmesurado que por un lado presionaba
a Israel para mantener un equilibrio regional negociado y por
otro lado levantaba en contra suya una ola de furor y de odio
religioso en un lugar de esa misma región del mundo que estaba
lejos de poder influir: Irán.
Además, en la complicadísima área territorial y política
donde predomina el credo islámico ocurre — según un interlocutor
siempre válido en la materia cuyo nombre sin embargo
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