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Lorca –Saura- Gades
y sus Bodas de Sangre
S abíamos de antemano cuando nos dirigíamos al Cine Lumiere
que nos encaminábamos a una cita con el arte universal
actualizado y habíamos dispuesto nuestra mente y nuestro
espíritu en forma tal que nada pudiera perturbar una experiencia
que prometía colmar en muchos sentidos nuestras más altas
expectativas. Los comentarios que Aída Bonnelly de Díaz Grullón
y Marianne de Tolentino hacen en sus respectivas columnas
–desde donde dominan gracias a sus talentos y especialidades
un amplio horizonte estético — predispusieron nuestro ánimo
con criterios atinados, claros, precisos. Sugerentes también.
Pero el sacudimiento que cualquier espectador experimenta
ante el curso de la obra en sí, es tan vigoroso, tan estremecedor,
tan conmocionante, que de alguna manera se siente cada quien
obligado a expresarlo en una u otra forma independientemente
de poseer o no poderes críticos o conocimientos especializados.
Porque Bodas de Sangre, en su versión cinematográfi ca, es un
acontecimiento que dejará en quienes la hayan visto una profunda
huella seguida de exaltaciones y marejadas de emoción que
inundarán por mucho tiempo todos los rincones del alma.
Un mensaje de arte se actualiza y potencia en cualquier época
o momento si tiene en sí mismo una calidad universal. Así,
una pieza — modelo, como siempre la fuera Bodas de Sangre,
escrita en la mocedad eterna de Federico García Lorca, sirve
hoy de cauce vivo a los aportes — a la interpretación — donde
se vuelcan los talentos conjugados de dos hombres que expresan
cada uno por sí una condición mayúscula que desborda y
sobrepasa — también con su universalidad — toda instancia
particular: Antonio Gades, señor de la danza fl amenca-univer-
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