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Cerca del solsticio de verano
E n tierras petromacorisanas, cerca del solsticio de verano en
un día de junio — de gracia — otorgado por las musas,
nació un niño nacido por el amor y para el amor.
Mir le dejó el padre cubano por apellido, y en ese Mir, andando
el tiempo se miraría su tierra… El Pedro debió cedérselo
la patria chica que lo vio nacer dentro del marco total de “hay
un país en el mundo”, el país que ese niño, ya hombre, pondría
en el mapa de la poesía mayor de nuestra lengua.
Pues bien, ese niño, va a cumplir este año los primeros setenta
de una vida que será inmortal como lo serán sus versos y
debido a esos setenta años se halla en trance de ser jubilado de
sus quehaceres docentes en la Universidad Autónoma de Santo
Domingo. Si se quiere, ésta es una ocurrencia feliz porque ello
implica que para fortuna de los dominicanos, el poeta — Poeta
Nacional nominado por aclamación congresional — ha llegado
a la edad de ser jubilado después, eso sí, de ser nominado
Profesor Emérito (huelgan aquí los comentarios) y después que
ha podido rendir a lo largo de los años de ejercicio de su profesorado
con maestría insuperable una labor que si bien ha sido
obviamente docente también ha sido inspiradora y motivadora
de promociones estéticas que tal vez todavía no han dado sus
frutos totales pero sí están en vías de hacerlo cuando madure el
fruto que su ingenio ha ido sembrando y prodigando a lo largo
de años de esforzada e inefable enseñanza que por llamarla
de alguna manera le llamaremos “Estética”, pero que trasciende
todo encasillamiento porque abarca tesoros de conocimientos,
de reglas, de modos, pero también de autenticidad en la dominicanidad
exaltada, poderosa, pujante — lacerante en muchos
casos también — pero reveladora siempre: íntegra.
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