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Carmen Quidiello de Bosch
En el sueño hay una reconciliación integral de las partes con
el todo: el todo personal y el todo universal. El estado de vigilia
tiende a hacernos seres fragmentarios — en tanto que individualizados
y adscritos a una tarea específica — en escalas de intensidades
y de magnitudes que están en relación directa con las motivaciones
y los estímulos que confrontamos o percibimos. En el
sueño recomponemos nuestra unidad vegetativa, nuestra unidad
básica afinada a una unidad universal, cósmica (no intelectualizada,
no mística, no autodirigida) pero sí perentoria y natural.
Se habla del derecho a la educación y a la salud como valores
prioritarios (programáticos aunque no siempre factuales)
en cualquier sistema. Se habla de la dignidad del hombre, de su
derecho a la recreación y al descanso. Pero concretamente no
se habla del derecho al sueño aunque lógicamente caiga dentro
del derecho al descanso. Es por tanto tan obvio como equivalente
y también prioritario.
La total indefensión del ser humano cuando duerme es profundamente
conmovedora tanto si se trata de un infante como
de un adulto. Es un estado de total sinceridad que lo hace eminentemente
respetable y le confiere una dignidad especial. Tal
como la desnudez total, griega o africana, indígena primitiva o
clásica de cualquier lugar o período que sea.
Un ser humano dormido está perfectamente desclasado,
perfectamente humanizado. Duerme — descansa — lo mismo
un potentado que un limpiabotas, un mismo impulso fisiológico
mueve su sangre y su respiración si se trata de seres
normales. La pausa que en forma natural le impone la noche
al día es inexcusable porque la naturaleza toda se aquieta y se
transforma. El límite de la naturaleza humana, de su competencia,
de su eficiencia, de la aplicación útil de su fuerza, de
su potencial creador, es más constante aunque las variantes
aparentes sean infinitas como lo son las circunstancias condicionantes:
latitud, clima, alimentación, régimen de vida, temperamento,
etc, etc.
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