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Reloj de Sol
espectador único, paciente, iluminante, discerniente, que es el
hombre… si navegaran perdidas como galeotes irredimible —
sin rescate — en el vacío infinito?
¿Qué de las mareas misteriosas que llenan sus ubres y
las exprimen de cosechas y peces, de conchas y constelaciones
si no fueran acechadas (entre paréntesis de lunas) por el
salvaje y por el astronauta que las extraterriza en sputniks o
apolos?
¿Qué luces, qué matices, que iridiscencias, qué sombras…
retendría la aurora boreal si no quedara el testigo único que las
conserva en su memoria y que le puso nombre al Bóreas?
A escala cósmica, ¿cuál cataclismo cuál acontecer equivaldría
a la desaparición de la especie hombre, tan frágil, tan
vulnerable tan patética cuanto audaz y esforzada, ya la pérdida
total del recuerdo de los grandes hitos de la humanidad: Antes
o después de… Cristo, Buda, Mahoma, la Revolución francesa,
la rusa, la china, etc, etc.
¿Tendría que apagarse el ojo vivificante del sol? ¿Cambiarían
los polos de nuestro planeta? ¿O sencillamente se produciría
una sutil variación en el balance de los elementos gaseosos
que hoy respiramos?
¿Qué realidad conservarían entonces la flor y el perfume;
el pájaro y el trino; la luz y el color… si prevalecen ellas por
sí mismas pero sin testigos sensibles y conscientes que den el
testimonio constante de su maravilla?
Pero antes de eso… ¿qué polvo cósmico tendría por sí mismo,
verdadero sentido — como aglutinante universal — si otro
cataclismo más cierto, más inminente, más insultante, ante la
faz del universo, llegara a producirse, esto es: la pérdida de las
cenizas calcinadas del último niño de Vietnam?
Como testigos de excepción al menos, en el escenario interplanetario
que se ha procurado ya el hombre — no importan
banderas ni nacionalidades — como pretendida consciencia
universal única… ¿es que nos estamos quedando ciegos todos?
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