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Impresiones de viaje (Berlín II)
(Una maravilla del Bauhaus: el edifi cio-sede de la
Filarmónica)
E l arte universal, aunque expresa las épocas y las culturas
que le dieron origen, logra, si es arte verdadero — tal como
lo haría un fenómeno de reencarnación — una respuesta permanente
(renovada) que aproxima entre sí a las generaciones
en cada época subsiguiente, no importa la distancia a salvar en
tiempo y en espacio, porque el artista verdadero se adelanta a
su época y se instala por derecho propio en el futuro.
El artista genuino, mientras corporiza y le da sustancia —
proyección y perpetuidad — a su obra, es decir, a su modo de
ver y sentir el mundo que lo rodea, moviliza también, conmocionándola,
la sensibilidad del hombre medio de su época al
tiempo que expresa a cabalidad un sentir general del que no se
es consciente en la mayoría de los casos, pero que él recoge y
expresa a modo de heraldo y de profeta cuando no como testigo
de excepción en forma trascendente, testimonial, auténtica.
Desde las máscaras ceremoniales africanas a los cuadros de
Bruggel; desde los dibujos de Goya hasta el Guernica de Picasso;
desde las pinturas de Fra Angélico a los dibujos de Durero,
hasta llegar a los volúmenes siempre luminosos, mórbidos
o afi lados, pugnases y tensos, turgentes o retorcidos de Iván
Tovar… la sensibilidad del artista universal recoge (recorre a
modo de columna vertebral) una continuidad plástica jamás
desmentida en la que se vuelca, sin excluir ningún tiempo, ninguna
raza, toda la evolución artística del ser humano.
De vez en cuando, no obstante, esa continuidad plástica
parece perderse o más bien parece dar un salto de tal atrevimiento,
de tantas implicaciones, que borra como un deslum-
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