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¿Qué diferencia al hombre revolucionario
de quien no lo es?
N adie que no haya observado — o vivido — de cerca con acucioso
interés los aspectos excelsos muchas veces, otras veces
angustiosos, siempre riesgosos, siempre apasionantes y hasta
en ocasiones casi folklóricos, por lo repetidos, aunque violentos
y sangrientos en demasía, de nuestra historia latino-americana,
puede imaginarse siquiera lo que presupone ser — o no ser — un
hombre (entiéndase también mujer) revolucionario en la teoría y
en la práctica. Esto es, alguien que asume casi siempre muy temprano
las consecuencias de entender que las cosas de su patria y de
su mundo deben ser superadas para el bien de los más y no de los
menos que habitan esta América morena. Dicho esto así en términos
tan modestos parecería muy simple. No lo es sin embargo.
Del no conformismo, producto de una sensibilidad y una
conciencia clara y abierta que enmarca el juicio de los hechos
mediatos e inmediatos, surge la voluntad de entrega a buscar
metas que le dicten su no conformismo, las que de una manera
u otra están llamadas a cumplir a cabalidad el imperativo revolucionario
de que algo — o todo — debe ser cambiado, transformado,
trascendido, superado… De lo cual se parte, a veces
— en principio — en forma individual, a través de una obra
propia de tipo creativo, otras veces a través de la acción de un
grupo generacional, hacia metas de vigoroso esfuerzo tenaz.
Dicho de otra manera, el revolucionario — para serlo —
debe plantearse prioridades inexcusables a través de métodos
también inexcusables aunque dentro de variables tácticas que
imponen el sacrifi cio propio en primer lugar y siempre. Sobre
todo el sacrifi cio de metas personales de la mayor importancia
desde el punto de vista meramente individualista.
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