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La otra cara de la ciudad…
C on sólo alejarnos unas pocas cuadras de lo que fuera no
hace mucho tiempo el centro de la ciudad Capital nos
encontramos en espacios ocupados por sectores de población
cuyo bajo nivel de vida y total desamparo no corresponde a la
proximidad de esos enclaves y menos aún al tiempo en que los
mismos se han producido.
De Villa Francisca hacia arriba en sucesión pavorosa se
cumple lo que inexorablemente es la contraparte del progreso
aunque éste lleve un doble o triple entrecomillado en el caso de
esta ciudad Capital.
No es que éste sea un problema único. Todas las ciudades
capitales tienen sus respectivos cinturones de miseria: desde
la imponente Caracas a la sobrecogedora Ciudad México,
por mencionar sólo las más connotadas en este aspecto, pero
sin olvidar las célebres favelas de Río de Janeiro. En ellas,
cuando menos, el “progreso” de la capital en sí misma hace
suponer números altísimos de todas las manifestaciones
tanto positivas como negativas que el crecimiento urbano
supone.
Otro es el caso a que nos queremos referir. El cinturón de
miseria de nuestra ciudad Capital no se corresponde al monto
de desarrollo que de ocurrir realmente vendría a explicar —
aunque no a justifi car — esa lacra social tan abultada que son
nuestros sectores marginados.
La característica demográfi ca de esa población marginal
acusa un elevado origen campesino de la mayoría de los hombres
y las mujeres que asientan allí sus desesperanzas hechas
de la antigua esperanza de llegar a la Capital para encontrar en
ella medios de vida, fuentes de trabajo, centros educativos y de
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