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Ofi cio de Poeta
L os habitantes de una remota región entre montañas separadas
unas de otras por gargantas profundas y tapizadas de
tupidos bosques seguían desde tiempos inmemoriales la extraña
tradición de dedicar a los infantes que iban naciendo unos a
la vida diurna y otros a la vida nocturna en un número equiparado
de tal manera que ningún grupo sobrepasara al de otro.
Esto hacían con gran solemnidad y desde el primer vagido
de cada niño o niña. Los sabios sacerdotes se acercaban a la parturienta
y tomando en sus brazos a la criatura la escrutaban detenidamente
con ojos de sapiencia y de experiencia y en oyéndola
llorar y por otras señales jamás divulgadas, hacían sus decisiones
inapelables porque eran tomadas en cuenta de por vida.
Niños y niñas quedaban así sometidos a rutinas que en
unos casos los llevarían a las labores del campo, al sudor y a la
faena de siembras y cosechas, a las construcciones de canales, a
reforzar murallas y repechos de la ciudadela que eran también
fortalezas y a asegurar que todos los ofi cios estuvieran dignamente
servidos. Las niñas tejerían las alfombras, harían la alfarería,
coserían las ropas de toda la comunidad y desde luego,
al alcanzar la edad requerida, traerían hijos al mundo que prolongarían
en paz las tradiciones heredadas.
Los infantes nacidos para la vida nocturna eran entrenados
cuidadosamente a medida que iban creciendo y desarrollándose
para aplicarlos en la observación de los astros, en hacer los
cómputos celestes, en predecir eclipses, en determinar el día
exacto en que comenzarían cada año la primavera y las grandes
lluvias. Ellos estaban destinados a enriquecer con su sabiduría
y su meditación los conocimientos heredados desde los más
remotos tiempos y a ellos les correspondía traspasar a la ge-
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