Reloj de Sol.pdf - Banco de Reservas

Carmen Quidiello de Bosch
promiscuidad, en prostitución, o en actos delictivos de toda
índole (se ha dicho mucho que el hambre es mala consejera),
porque evidentemente al no poder aplicar su fuerza de trabajo
en forma constructiva, es decir productiva, la misma se usará
de todos modos aunque sea en forma delictiva… en un gran
número de casos.
Es oportuno o señalar aquí que esa población campesina
emigrada a la ciudad, desarraigada y maltratada conserva aún
— mayoritariamente y no se sabe gracias a qué ingrediente de
milagro — niveles significativos de convivencia si se toma en
cuenta la enorme carestía y despojo que sufre y padece en carne
propia y en la de sus hijos.
En cifras globales sería pertinente reconocer que los índices
de criminalidad en nuestros barrios son todavía relativamente
bajos. Pero la descomposición de la índole sana y de las mejores
tradiciones del pueblo como tal desarrolladas en su medio
natural — el campo — una vez desalojados de él por las causas
sociales y económicas ya señaladas, entrarán en un proceso de
inexorable deterioro que no sabemos adónde pudiera ir a desembocar.
Y que nadie se llame a engaño: la pasividad de los pueblos
hambreados tiene un límite. O debe tener un límite. El cristianismo
no fue un logro de la pasividad orientada hacia la desesperanza.
Fue el motor de grandes cambios que permitirían hacer
obsoleto, en un momento dado, el concepto de la esclavitud.
La misma revolución industrial tuvo ingredientes dinámicos
que no fueron meramente de tipo mecanicista sino humanístico.
Y la toma de La Bastilla, en Francia, no se cumplió por el designio
de una mente superior al servicio de una causa justa. Se
cumplió porque multitudes hambreadas y enardecidas dejaron
su pasividad y forzaron las puertas de la prisión de ese nombre
para enarbolar la bandera de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”.
La libertad y la fraternidad tienen una acepción más o menos
convencional según la época y la ubicación geográfica.
504