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Una fausta noticia en playas
ni extranjeras ni lejanas
E n playas ni extranjeras ni lejanas porque son las que nos
vieron nacer y porque están en nuestro Mar Caribe, nos
alcanza la fausta entre las faustas noticias: la de que a Gabriel
García Márquez se le ha conferido el Premio Nóbel de Literatura
en este año de 1982, que ojalá en otros aspectos no sea
de triste recordación para ninguna de las tierras que baña este
“mare nostrum”. Nada podía ser más grato por lo tan esperado…
Al menos, no en el momento en que esto ocurre ya que
el hombre que acaba de recibir este insigne galardón todavía
está en sus años de esplendor vital e intelectual. Valga decir,
que su obra, con ser tan completa, todavía no está completada
y muchas cosas deslumbrantes habrán de llegarnos aún de su
pluma de poeta de la saga latinoamericana. (Recordar aquí que
el penúltimo canto de esa saga se llama Nicaragua).
Este hombre joven — se le puede llamar así sin eufemismos
— es la estampa de la naturalidad, de la autenticidad, la viva
imagen del hombre actual moderno, sin poses, aunque muy
cuidadoso, eso sí, de la imagen pulcra — en todo sentido y en
todo momento — que proyecta siempre, porque cuida de que
su interioridad, al refl ejarse en sus actos, corresponda no ya
con su obra literaria, de la cual huelgan comentarios críticos
a fondo en estas breves líneas, sino con la esmerada del trato
humano que él sabe dispensar en lo familiar y privado tanto
como en lo público, dado que todo artista que ha llegado a los
niveles de excelencia que él ha logrado asume una imagen pública
de grandes responsabilidades — en el trato de las gentes
y de las cosas — que en su caso pasan a ser no ya regionales ni
continentales, sino universales…
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