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La tercera edad y el tercer mundo
E n el mundo desarrollado se contempla la vejez como “la
tercera edad”, una forma amable y civilizada de referirse a
quienes se hallan en la edad de la no productividad, de la jubilación
y del descanso obligado.
Dicho así parece una cosa casi dulce, previsible en los cánones
de la superabundancia como un estado de reposo y serenidad,
de bienestar y de holgura que justifi ca el nombre de “jubilados”,
es decir, aquéllos que viven jubilosamente porque se
han ganado el derecho a no hacer nada después de rendirle a la
sociedad sus mejores años de servicio y de productividad. Hasta
aquí la letra en que todo se ve mejor que bueno… Visto de
cerca — en los hechos — es otra cosa. Me referiré, por ejemplo,
a un caso descrito en una información-comentario aparecido
en el New York Times recientemente, donde se relata la vida de
una pareja octogenaria cuyo nivel de vida fue en otro tiempo
de una cómoda medianía con recursos propios, con deportes
caros, como el golf que ambos practicaban, con reuniones de
bridge, con viajes a Europa, con gustos caros de antigüedades,
joyas y hasta alguna que otra alfombra persa auténtica… se instalaron
en una buena vecindad y en una casa apropiada con
muebles que atestiguan un estilo de vida nada ramplón ni ordinario,
respaldado todo ello por ahorros, seguros de vida, seguro
social, y, por supuesto, “acciones” seguras y una vida ordenada,
planifi cada al detalle y dirigida a enfrentar un lapso de vida
“probable” para ambos. Pero… y he aquí lo imponderable, la
infl ación por un lado, la tasa impositiva siempre creciente por
el otro, la carestía de vida de una sociedad fuertemente convulsionada
por problemas económicos de distinta índole, hacen
que toda aquella supuesta planifi cación y previsión se vea hoy
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